Esta mañana me he quedado
patidifusa al leer que la Universidad Autónoma de Madrid, impartirá a partir de
octubre un curso para ser “influencer”. Agatha Ruiz de la Prada será la
directora honorífica. Los requisitos
son: Ser mayor de edad, tener un blog, y una cuenta activa en Instagram o
YouTube. La duración será de seis meses y no encuentro información sobre qué
título oficial es el que se obtiene. El nombre del curso es: Intelligence
Influencers: Fashion & Beauty.
Podía haber dejado la noticia
ahí, en stand by cerebral, pero conforme pasaban las horas le iba dando vueltas
a lo que puede llegar a ser el cursillo, y las probables asignaturas que se impartirán.
He intentado llevar a cabo el ejercicio de la previsualización, imaginando a un
chico o chica de 18 años que tras finalizar el bachillerato, llega a casa y
comunica a sus padres que quiere ser eso, influencer. Lo primero que se me
ocurriría es preguntarle que en qué cojones (así de claro) pretendía influenciar
a quiénes (dada su extensa experiencia en la vida en general y su capacidad de
convocatoria mundial) a lo que posiblemente contestaría que para eso se
inscribía en la universidad, ya que la premisa es desenvolverse en las redes
sociales de tal manera que puedan exprimir
al máximo sus cualidades y lograr con esos medios ganarse la vida. O sea,
entiendo que medio año y con cuatro triquiñuelas de moda, belleza y muchos
morritos mirando a cámara, tienen la posteridad asegurada. Pero ¡ay! ¿Están
seguros de que los requisitos serán únicamente los mencionados más arriba? ¿O
van a empezar a excluir a aquellos y aquellas que padezcan acné, tengan la
nariz grande, sobrepeso, bizcos, orejudas, espagueti o tartamudos? Y lo que es
peor, porque puede que aceptar los acepten a todos (desconozco el coste de los
estudios, pero me temo un ostión) ¿y si una vez abran el canal social no se
comen una rosca y lo que reciben son comentarios odiosos, humillantes o un
triste contador a cero? Me aterra.
Me aterra que algunos intenten convertir a
las próximas generaciones en maniquíes de escaparate, que los preparen para
luchar ante una pantalla por conseguir unos tacones o un pintalabios de
purpurina, que la libertad y los derechos los encuentren sólo en un selfie, que
las apariencias pretendan engañar, que oculten un vacío existencial tras una
máscara luminosa, que no atiendan a más consejos que los de una pava de su edad
hablando de la depilación definitiva, que obvien lo que ocurre más allá del cuarto
del ordenador, y que acaben en pocos años siendo todos, los que influyen y los
que se dejan influenciar, en una manada de androides exquisitamente vestidos y fascinantemente
estúpidos.
Más tarde, y tras dejar reposar
la información, he preferido confiar en que esos alumnos sean los menos, y que
todas las otras carreras y profesiones, se llenen de jóvenes con principios, con
una ideología propia, cultivados, luchadores, curiosos, inquietos y que no
necesiten conectarse a un canal de Instagram para saber cómo han de pensar,
vestir, actuar, viajar o sentir.