Me atrevería a asegurar que todos
tenemos más de un motivo para cambiar algo en nuestra vida, algo que nos
incomoda, que no acaba de encajar, que nos hace menos felices. Algo que
querríamos alcanzar, pulir, dejar atrás, modificar o crear.
Yo, que observo a la gente con detenimiento,
lo que más veo en gestos disimulados y acciones sutiles, es insatisfacción.
Detrás de todas esas poses que mostramos de encuentros maravillosos, perfiles
idóneos, seguridad abrumadora y frases demoledoras, se esconden carencias que
cuando apagamos la pantalla y nos damos la vuelta en la cama, nos llevan a
cerrar los ojos e imaginarnos exactamente tal y como querríamos ser.
El abanico de descontentos puede ser más amplio que la gama de colores; desde complejos físicos, hasta tedios laborales, pasando por insomnios económicos, amores truncados y, cómo no, todo eso que se
lleva dentro, que amarga, que mengua, que araña, que se vuelve mueca, que no
hace ni puñetera gracia, que te vuelve gris, mediocre, que te envejece, que
cansa, y que te lleva a adoptar un papel, a crear un personaje, a convertirte
en un bufón que nada tiene que ver con tu yo interior, con tu prototipo de ti
mismo, con lo que soñaste ser, con lo que esbozaste de ti.
Entiendo, como todos lo podéis
entender, que la zona de confort (aunque sea ficticia) en la que nos movemos,
es más llevadera que el levantarte una mañana en un lugar distinto en el que
empezar de cero; descoloca, asusta, confunde y paraliza, pero de pronto
–gracias al instinto de supervivencia con el que todos contamos- nos vemos
poniendo un pie delante del otro hasta conformar todo un camino. Y resulta que
la vida no es más que eso de andar mirando hacia delante y descubriendo nuevas
rutas que transitar.
Así de fácil, y así, qué
contradictorio, de difícil.
No depende de nadie, ni del jefe,
ni del saldo, ni de la papada, ni de la suela de los zapatos. Depende de las
ganas que tengas de no perder otro año, de no arriesgar, de no sentirte un
extraño en tu propio cuerpo, de recopilar los anhelos que tenías en la niñez,
de infiltrarte en la conciencia de lo sutil del todo, de la velocidad de los días,
de que el tiempo se acaba.
De que las penas se queden… con
los cobardes.