Acabo de leer la noticia sobre el
veto a un homenaje de la escritora Enid Blyton por considerarla machista,
homófoba, racista, borracha y no sé cuántas barbaridades más.
A ver, gilipollas de la tierra,
se os está yendo la olla en demasía y estáis consiguiendo el efecto contrario a
vuestra campaña en todo. Mis hermanas y yo hemos crecido con esos libros, desde
Los cinco hasta Elisabeth, Torres de Malory y Santa Clara, y la escritora (nacida
en 1897) no hacía otra cosa que narrar aventuras de muchachos y muchachas en
distintos lugares. Ya está. Ni odiaba a los negros porque apareciese una muñeca
de color más fea que Picio, ni estaba en contra del orgullo gay, ni los protas
se pasaban la jornada ebrios, ni hacía apología del nazismo, ni nos decía a las
chicas entre líneas que le lleváramos las zapatillas a nuestros maridos. Así
que deduzco dos cosas. Una, que los actuales censores no se han leído un puto
libro de la autora, y dos, que quieren regresar a la quema de obras contrarias
a su filosofía de vida, lo cual me recuerda peligrosamente a otras épocas de la
historia al más puro estilo fascista.
¿Qué le pasa a esta tribu de quejicas?
¿Qué tipo de abducción los atrae? Joder, que da miedo ir a la playa y
encenderte un pitillo porque el humo le llega al bebé que está a dos años luz,
embadurnado en crema de protección 50, que va a ser blanco transparente el
resto de su vida. Que si voy al súper y pido una bolsa –por lo bajini- los de
la cola me miran como si fuera Charles Manson y me hacen la señal de la cruz.
Que si después de decir “ellos” no digo “ellas” me lapidan como si hubiera
cometido crímenes contra la Humanidad. Que si me pido un chuletón con patatas,
se disparan las alarmas nucleares y me ponen delante una foto de una vaca
durante el ágape. Que si arde un monumento histórico no lo puedes lamentar,
porque más leña arde en Wachipé, como si yo hubiera hecho una barbacoa en su
bosque. Que si le das una chuche al hijo del vecino, te sueltan una retahíla de
contraindicaciones azucareras y ponen a Celia Cruz como el mismísimo demonio.
Qué plastas que sois, de verdad.
Qué pocos quehaceres. Qué aburrimiento de vida. Qué cruzada más contradictoria
mientras consumís gasolina, lleváis zapatillas de marca cosida por esclavos de
países pobres, voláis en aviones que dejan más dióxido de carbono que la
petrolera estatal de Arabia Saudita, o estáis la mayor parte del día tras
móviles, tabletas u ordenadores, que consumen una barbaridad de energía
proveniente de la quema de combustibles fósiles. Y qué bien os vendría a todos
y todas y todes, leer más, leer mucho, pero libros de verdad, no de los de
autoayuda y cómo salvar el planeta en diez pasos a base de comer brócoli, tener
más humor, luchar por las atrocidades reales, y sobre todo dejar de ver áureas
satánicas donde no las hay.
Y para salir de esa capa de
amargura y apocalipsis, os pilláis una historia de Los Cinco y os vais a buscar
el tesoro de la isla de Kirrin, que falta os hace, moninos.