viernes, 30 de agosto de 2019

los ofendidos II



Acabo de leer la noticia sobre el veto a un homenaje de la escritora Enid Blyton por considerarla machista, homófoba, racista, borracha y no sé cuántas barbaridades más.

A ver, gilipollas de la tierra, se os está yendo la olla en demasía y estáis consiguiendo el efecto contrario a vuestra campaña en todo. Mis hermanas y yo hemos crecido con esos libros, desde Los cinco hasta Elisabeth, Torres de Malory y Santa Clara, y la escritora (nacida en 1897) no hacía otra cosa que narrar aventuras de muchachos y muchachas en distintos lugares. Ya está. Ni odiaba a los negros porque apareciese una muñeca de color más fea que Picio, ni estaba en contra del orgullo gay, ni los protas se pasaban la jornada ebrios, ni hacía apología del nazismo, ni nos decía a las chicas entre líneas que le lleváramos las zapatillas a nuestros maridos. Así que deduzco dos cosas. Una, que los actuales censores no se han leído un puto libro de la autora, y dos, que quieren regresar a la quema de obras contrarias a su filosofía de vida, lo cual me recuerda peligrosamente a otras épocas de la historia al más puro estilo fascista.   

¿Qué le pasa a esta tribu de quejicas? ¿Qué tipo de abducción los atrae? Joder, que da miedo ir a la playa y encenderte un pitillo porque el humo le llega al bebé que está a dos años luz, embadurnado en crema de protección 50, que va a ser blanco transparente el resto de su vida. Que si voy al súper y pido una bolsa –por lo bajini- los de la cola me miran como si fuera Charles Manson y me hacen la señal de la cruz. Que si después de decir “ellos” no digo “ellas” me lapidan como si hubiera cometido crímenes contra la Humanidad. Que si me pido un chuletón con patatas, se disparan las alarmas nucleares y me ponen delante una foto de una vaca durante el ágape. Que si arde un monumento histórico no lo puedes lamentar, porque más leña arde en Wachipé, como si yo hubiera hecho una barbacoa en su bosque. Que si le das una chuche al hijo del vecino, te sueltan una retahíla de contraindicaciones azucareras y ponen a Celia Cruz como el mismísimo demonio.

Qué plastas que sois, de verdad. Qué pocos quehaceres. Qué aburrimiento de vida. Qué cruzada más contradictoria mientras consumís gasolina, lleváis zapatillas de marca cosida por esclavos de países pobres, voláis en aviones que dejan más dióxido de carbono que la petrolera estatal de Arabia Saudita, o estáis la mayor parte del día tras móviles, tabletas u ordenadores, que consumen una barbaridad de energía proveniente de la quema de combustibles fósiles. Y qué bien os vendría a todos y todas y todes, leer más, leer mucho, pero libros de verdad, no de los de autoayuda y cómo salvar el planeta en diez pasos a base de comer brócoli, tener más humor, luchar por las atrocidades reales, y sobre todo dejar de ver áureas satánicas donde no las hay.


Y para salir de esa capa de amargura y apocalipsis, os pilláis una historia de Los Cinco y os vais a buscar el tesoro de la isla de Kirrin, que falta os hace, moninos.