miércoles, 30 de enero de 2019

¿Liberté, égalité, fraternité?






Si hay un tema peliagudo y actual, sobre todo en las redes sociales, es el de la libertad de expresión. Cuando a uno le interesa, la defiende a capa y espada, cuando la libertad es del contrario, pone límites y pide penas. Y así nos enfrentamos al complicado y eterno conflicto de los unos y los otros.

Cuando se protege y apoya, lo primero que se debe asumir es que ha de valer para todos por igual, y si lo que se pretende es que lo que no gusta se censure, estamos hablando de todo lo contrario a la libertad.

Lo que se puede llegar a leer en Facebook, por poner un ejemplo de canal, es en ocasiones espeluznante, desde toreros, hasta ciclistas, violencia de género, animales, política, machismo, homofobia, artistas, y así hasta un sinfín de casos y patrones.

Lo que a ti te puede arrancar una carcajada, al de al lado le puede ofender y escandalizar; lo que a ti te hiere, a quien lo lanza lo desternilla de la risa.

Intento –no siempre lo consigo- andar con cuidado hablando de temas de los que por mi boca podrían salir barbaridades; reconozco que adolezco de radicalidad en ciertos asuntos (lógicamente tengo mis principios e ideales), pero, siendo partidaria de que cada cual exprese lo que se le antoje, a lo más que llego es a dejar de leerlo o escucharlo si me parece grosero o cruel, partiendo de la premisa de que lo que yo dibujo u opino, le puede revolver el estómago.

Y todo viene porque esta mañana he leído unos tweets en los que –a mi modo de ver- un descerebrado lanzaba unas gracias –a su modo de ver- sobre el caso del niño que cayó al pozo. Curiosamente la queja y la denuncia social, venía por parte de un tipo cuyos chascarrillos diarios están llenos de agravio y menosprecio hacia la mujer. Y podría poner el ejemplo de mil comentarios sobre lo que se debe hacer con los que huyen en pateras, los homosexuales, la policía, el ejército, el Rey o los dibujantes que denunciamos lo que nos parece denunciable.

¿Quién y cómo podría decidir lo que sobrepasa los límites y lo que no? Es más ¿cómo se delimitan? ¿En base a qué? Si el que acusa también vierte lo suyo en otros tantos temas ¿qué hacemos? ¿Chapamos las redes y empezamos a enchironar a la gente? ¿Me encoleriza que se suenen los mocos con una bandera pero me troncho cuando queman una distinta?

Personalmente soy partidaria de que cada cual se exprese como más guste, me joda o no, entre otras cosas porque me parece bastante más peligroso coartar las libertades y depender de un examinador que probablemente resulte parcial, que de elegir a quien se lee, a quien se escucha y a quien, por qué no, se manda a la mierda (ejerciendo nuestro más legítimo derecho a la propia voluntad)

lunes, 28 de enero de 2019

O llevarás luto por tantos




El sábado vi una película sobre el genocidio llevado a cabo por Turquía sobre el pueblo armenio. Una de tantas atrocidades maquinadas por los hombres a lo largo de la historia. El relato de esa masacre y después de leer lo que pude al respecto,  me dejó tan afligida y asombrada como cuando conozco cualquier crueldad en masa cometida por seres de mi misma especie.

No soy capaz de encontrar ningún motivo que pueda llevar a una comunidad de personas a extinguir a otras, como Roma hizo en las Galias (3 millones de muertos y 1 millón de esclavos, 800 ciudades conquistadas y sitiadas), la revuelta de Ang Lushang en China (36 millones de muertos), las Cruzadas católicas en Europa contra los musulmanes, judíos, cristianos y cátaros (5 millones de muertes), la conquista Manchú en China (25 millones), la conquista de América por los europeos (más de 100 millones de indígenas asesinados), Leopoldo II Rey de Bélgica en el Congo (10 millones), Stalin y su purga étnica (40 millones), las víctimas del Holocausto nazi (más de 20 millones entre judíos, gitanos, polacos y rusos), la masacre francesa en Argelia (1.200.000 argelinos asesinados), y así con una larga y horrible lista que pasa por Vietnam, Camboya, Uganda, Ruanda, Bosnia-Herzegovina, Guatemala, Kurdistán, Palestina o Siria. Sin mencionar a los grupos terroristas que han sembrado el pánico y el dolor en prácticamente todos los países del mundo.

La causa, siempre, y en todos los casos: Ser diferente. Sentirse superior. Por pretextos de ideología política, religión, etnia, raza, cultura o condición sexual. Y con un factor común y primordial en todos ellos, el odio. El odio al inmigrante, al homosexual, al color de la piel, al que nace en otro lugar, al pobre, al rico, al del acento extraño, al que no sucumbe, al distinto.

Todas esas masacres o genocidios, todas, empezaron por una idea en la cabeza de un solo hombre, un esbozo de delirio que se fue alimentando de aversión, desprecio, rabia y un sentido enfermizamente desarrollado de supremacía. Todas empezaron por la percepción, ilusión, designio o propósito, de una sola mente. Y con esa gota, que podía haberse evaporado en cualquier mar, sin apoyos, sin escuchas, sin seguidores, el vaso se fue llenando de sinrazón hasta pasar a los anales de la historia como los más trágicos episodios de las crónicas del ser humano.

Y aunque les parezca difícil de creer, en las manos de cada uno de nosotros, está la responsabilidad de impedirlo. Despójense de su odio, ya ven para lo que sirve.

viernes, 25 de enero de 2019

le week end





(Aprovechen el fin de semana)
"Aún no he dado el último Tic de mi último Toc" 
-Alicia en el país de las maravillas-

miércoles, 23 de enero de 2019

El discreto encanto de los tertulianos




Mientras dibujo, a diario mañana y tarde, tengo de fondo la televisión, a veces un canal, a veces otro. Lo hago porque si ocurre algo importante, quiero saberlo al momento, y parece que dentro de la desconexión a la que me llevan las viñetas, un pequeño hilillo sonoro me une a la Tierra. Como empiezo de buena mañana, lo que escucho suelen ser tertulias y si presto atención solo puedo hacerme cruces de lo mucho, casi todo, que saben los tertulianos.

Un pequeño adelanto por parte del presentador o presentadora, te cuenta que hoy los temas a tratar serán la inmersión en el sistema celular a través del Single Cell RNA-Seq, la elaboración de la auténtica tortilla de patatas, donde revelarán si debe o no llevar cebolla, los definitivos hallazgos sobre el asesinato de John F. Kennedy y por supuesto de cómo se debe perforar un túnel subterráneo aunque en el camino se encuentren pedruscos de Marte, para ello les acompañarán los mismos expertos de cada día.

Y es que lo saben todo. Les da igual hablar sobre el código penal, la guerra de las Galias, los taxímetros, la enfermedad de Tay Sachs, la cantidad de gases que debe expulsar el cuerpo humano, cine, libros, política, deporte, religión,  y la fauna y flora nacional.

A menudo ni siquiera se ciñen a un guion sobre el que hayan podido informarse la noche antes, ya que en general lo que impera es la actualidad, y si a las 5 de la madrugada un meteorito ha caído sobre Tegucigalpa, saben de dónde viene, por qué se ha desprendido, de qué material está compuesto y por supuesto, cómo se debía haber evitado que se estrellara sobre el Cristo del Picacho (del que también nos darán más de una referencia)

Supongo que el permanecer ahí, en el plató, día tras día, se debe a que el espectador tiene un desconocimiento sobre toda materia inferior -si cabe- al del infiltrado, pero a mí, que nada sé de células, ni JFK, ni galerías mineras, me preocupa que la opinión de expertos en tanto, influya en una mayoría incapaz de investigar por sí mismo. Eso sí, ya les adelanto que la tortilla de patatas real, de cebolla, nada, y ya pueden venir en masa a contradecirme los tertulianos de Atresmedia, que como saber lo saben todo, sabrán que es mucho mejor que me dejen dibujar en paz.

lunes, 21 de enero de 2019

TO BE OR NOT TO BE (la elección es tuya)




Me atrevería a asegurar que todos tenemos más de un motivo para cambiar algo en nuestra vida, algo que nos incomoda, que no acaba de encajar, que nos hace menos felices. Algo que querríamos alcanzar, pulir, dejar atrás, modificar o crear.

Yo, que observo a la gente con detenimiento, lo que más veo en gestos disimulados y acciones sutiles, es insatisfacción. Detrás de todas esas poses que mostramos de encuentros maravillosos, perfiles idóneos, seguridad abrumadora y frases demoledoras, se esconden carencias que cuando apagamos la pantalla y nos damos la vuelta en la cama, nos llevan a cerrar los ojos e imaginarnos exactamente tal y como querríamos ser.

El abanico de descontentos puede ser más amplio que la gama de colores; desde complejos físicos, hasta tedios laborales, pasando por insomnios económicos, amores truncados y, cómo no, todo eso que se lleva dentro, que amarga, que mengua, que araña, que se vuelve mueca, que no hace ni puñetera gracia, que te vuelve gris, mediocre, que te envejece, que cansa, y que te lleva a adoptar un papel, a crear un personaje, a convertirte en un bufón que nada tiene que ver con tu yo interior, con tu prototipo de ti mismo, con lo que soñaste ser, con lo que esbozaste de ti.

Entiendo, como todos lo podéis entender, que la zona de confort (aunque sea ficticia) en la que nos movemos, es más llevadera que el levantarte una mañana en un lugar distinto en el que empezar de cero; descoloca, asusta, confunde y paraliza, pero de pronto –gracias al instinto de supervivencia con el que todos contamos- nos vemos poniendo un pie delante del otro hasta conformar todo un camino. Y resulta que la vida no es más que eso de andar mirando hacia delante y descubriendo nuevas rutas que transitar.

Así de fácil, y así, qué contradictorio, de difícil.

No depende de nadie, ni del jefe, ni del saldo, ni de la papada, ni de la suela de los zapatos. Depende de las ganas que tengas de no perder otro año, de no arriesgar, de no sentirte un extraño en tu propio cuerpo, de recopilar los anhelos que tenías en la niñez, de infiltrarte en la conciencia de lo sutil del todo, de la velocidad de los días, de que el tiempo se acaba.

De que las penas se queden… con los cobardes.

sábado, 19 de enero de 2019

Renovarse o morir (no al aburrimiento)







Si estoy quietecita, me enquisto, así que he renovado la web. Probablemente encontraréis algunos fallos, pero es que me piro el finde a Zaragoza, a ver como Pat le mete un par de goles al equipo de la ciudad y no tengo tiempo para más. ¿Qué veis algo que está mal o se podría mejorar? Me lo decís con todo el amor del mundo. Espero -eso siempre- que la disfrutéis. Y a ver si compráis algo, que ya toca. 
Que paséis un buen fin de semana. 


https://www.gemmacantador.es/

jueves, 17 de enero de 2019

...






Texto: "El emigrante" de Luis Felipe Lomelí  (el cuento en castellano más corto del mundo) 

miércoles, 16 de enero de 2019

Las invasiones bárbaras (modo psique)




El primer libro de autoayuda que leí, recomendado por una psicóloga que pretendía convertirme en una persona menos sufridora, se titulaba “Cuando digo no, me siento culpable” y realmente me ayudó una mierda porque seguí comprando todos y cada uno de los libros que me aconsejaba, sin ser capaz de decirle que se los leyera su tía. O más amablemente, que no. Pero toda esa experiencia me llevó a concluir (en un muy breve espacio de tiempo) que los volúmenes escritos para tal menester, no sirven más que para las dos primeras noches -pongamos que en cinco capítulos- te convenzas de que te vas a levantar siendo Barbarella, pero cuando te acabas el café y vuelves a hacer lo mismo que el día anterior y que el otro y que lo mismito de dos meses atrás, entiendes que no hay gurú escribiente que te saque de tu anclado comportamiento conductual. El machaque mental no es algo que me seduzca y el tener que pararte a pensar en cada situación cómo deberías reaccionar, te convierte en un autómata sin libre albedrío, que se despoja de su naturalidad y esencia para transformarse en un prototipo de lo que el ser perfecto debería reflejar. ¿Eso es felicidad? ¡Eso es un sinvivir!

Volviendo al principio y un tiempo después, cuando seguía diciendo sí aunque realmente quería decir una polla como una olla, me vendió un ejemplar de Mujeres que aman demasiado. Curiosamente lo leí hasta el final, asintiendo con la cabeza,  y llevando a cabo todos los ejercicios requeridos, sintiéndome durante la lectura como, sí, efectivamente, Barbarella, y por supuesto como una mujer que quiere en demasía (a lo cual a día de hoy aún no le encuentro lo negativo) y debía poner manos a la obra –obviamente con la ayuda de la susodicha y a sesión semanal- para desear menos y entregarme lo mínimo, con una serie de estrategias más propias de las invasiones de Gengis Kan que de una mujer sencillamente enamorada.

Verán, la teoría de todos esos panfletos cargados de tan buenas intenciones como un tubo de Hemoal, es beneficiosa y saludable, y a nadie le puede hacer mal ir por la vida con una sonrisa aunque tu pareja te diga que se está tirando a tu psicóloga, pero es que el ser humano, la esencia más intrínseca del ser humano, es la de equivocarse, la de cagarla hasta el fondo, la de hacer caso omiso a los sabios consejos, la de no escuchar la voz interior, la de elegir estrepitosamente mal, la de reponerse, insistir y navegar a contra corriente  hasta que un día, perdido y contrariado, te dé por entrar en una librería y comprar el tomo número tres de “Como irte a dormir siendo una cucaracha y despertar convertido en…”

Claro, Barbarella.
Y todo vuelve a empezar.

lunes, 14 de enero de 2019

Euforias de África (very out of África)




Yo nunca he tenido una granja en África, ni aquí en el pueblo tampoco, pero hay que reconocer que el cine lo convierte todo en un idílico escenario. Si han sido capaces de darle un aire apacible a la lluvia de napalm en un Vietnam apocalíptico, o convertir un campo de concentración en una vida bella, que no iban a hacer a los pies de las colinas del Ngong, por mucho que el país estuviera bajo el dominio británico, anexionando las tierras a los masais y creando granjas agrícolas para explotar el territorio y tener a toda una tribu de negros como sirvientes. Pero la imagen de esa Baronesa Bixen, contando historias al anochecer, con la silueta de los baobabs a sus espaldas, y ese erotismo que el sudado y embarrado Denys Finch Hatton exhalaba por su salacot, convertía a los europeos en unos seres angelicales que si invadían continentes, no era más que para vivir apasionados romances.

Una ha crecido con William Holden en Hong Kong, Catherine Deneuve en Indochina, Bogart en el río Ulanga, Eleanor Parker en la selva suramericana o Elizabeth Taylor en Ceylán. Y así te crees –te hacen creer- que si quieres darle una emoción fuerte a tu corazón, nada mejor que coger una mochila y largarte a un lugar lejano y peligroso, ora un escenario de trifulcas tribales, ora una expedición a las minas de diamantes, a evangelizar a cuatro indígenas o a evitar que una epidemia de ébola se convierta en pandemia universal. Cuanto mayor sea el riesgo, más aumentan las posibilidades de que eches un polvo tremendo en un mercado céntrico de Bagdad o antes de ser secuestrada por la Nueva Armada Popular en Zamboanga, un piloto con tatuajes te pille al vuelo para –por supuesto- follarte de lo lindo mientras sobrevuelas el sultanato de Joló.

No les voy a engañar. No me he arriesgado nunca a tales menesteres, en mi caso lo más probable es que un brote de malaria o la picadura de la mosca negra, me dejaran fuera de combate antes de encontrarme con Russell Crowe en tierras turcas.

Pero después de un análisis concienzudo sobre el tema, aparece la duda. ¿Y si sí? ¿Y si pudiera llegar a tener una granja en África? Voy a echar un vistazo a regiones conflictivas. ¿Alguna sugerencia?

viernes, 11 de enero de 2019

Regreso a Howards End (After hours)


En bastantes ocasiones, sobre todo cuando mi hija me cuenta de sus fiestas nocturnas, me da por pensar que daría lo que fuera por volver una noche, aunque solo una fuera, a aquellos años mozos en los que tan absolutamente bien me lo pasaba. Y a veces, al decirlo en voz alta, alguien a mi lado apuntilla: “Pero sabiendo lo que sabemos ahora”. Mi respuesta es la que llevo a cabo desde que tengo uso de razón cuando me encuentro con una opinión disparatada, frunzo el ceño y niego con la cabeza 180 grados (los 360 los dejo para titulares políticos)

El caso es que si algún genio me concediera ese improbable deseo, quisiera ser exactamente igual que antaño, porque de saber lo que la experiencia me ha dado, la sensatez, la responsabilidad y el miedo, no me hubiesen dejado disfrutar de las locuras, aventuras y un largo etcétera de hazañas. Y es que la juventud ha de tener ese toque de locura, de intrepidez e imprudencia para poder pasar a tu historia como los mejores momentos de tu vida.

Reconozco que me suben los colores cuando recuerdo mis madrugadas en unos cuantos rincones de la geografía española (en particular la barcelonesa y la mallorquina) y voy a omitir entrar en detalles porque en primer lugar hay vergüenzas que no prescriben y en segundo no quisiera dar ideas a Pat y sus amigos sobre qué situaciones te pueden llevar a crear momentos épicos y apoteósicos. No, porque mi papel ahora es el de recordarle casi constantemente (un buen amigo me dijo que una madre tiene la obligación de ser pesada) que se tape, que si bebe no conduzca, que no cate copas ajenas, que ojo con la promiscuidad, que no se meta en primera fila en los conciertos, que lo de probar no es obligación y que se lo pase teta con cuidadín.

Pero no me digan que volver, regresar una noche a esa emoción de maquearse de lo lindo y que en la puerta te esperen los amigos, de recorrer los bares y ligar a mantas, de reír hasta desencajar la mandíbula, de esperar de la vida lo mejor de lo mejor sin miedo a resacas ni a ardores, sin más responsabilidad que aprobar con un 5 pelado, de devorar la noche hasta la hora de los churros, de no tener que pagar más factura que la del cubata, de que tu pandilla sea el centro del universo y de caer en la cama extasiado cuando el periódico y el pan están calientes, no sería como un chute de adrenalina para aumentar y adobar esa viva complacencia llamada ilusión.

¿Hace una fiestuki? 

martes, 8 de enero de 2019

Crónica de una amargura anunciada




Mail recibido de Francis G. Weimberg esta misma mañana. Lo publico sin permiso.

"Pasé Año Nuevo en cama, hubiera hecho cualquier cosa por evitar los canelones de mi madre, que más que canelones parecen brazos de gitano, rellenos a rebosar de bechamel y salvelino en salazón. Tampoco me apetecía entrar en discusiones con mis cuñados sobre política, viendo como la yugular se les hincha y dejan el país con su ideología como si lo gobernara Pol Pot. Por otro lado la escena de mi padre, dormido sobre la sopa, roncando y con un hilo de baba corriendo barbilla abajo, no era mi ideal de día festivo. Así que, revelándome contra mis genes continuamente, alegué que el rakfisk de la noche anterior se me quedó en la traquea y no iba a poder bailar la típica danza bávara del 1 de enero.  
Matilde (mi amada esposa) si fue, claro que fue, y fue únicamente para restregarme durante horas la mala leche que tiene mi madre y lo repelentes que son mis sobrinos (con lo que estoy totalmente de acuerdo). Me trajo un canelón para que me alimente lo que queda de semana.
Pasé el día leyendo a Aristóteles, con lo cual todo  daba vueltas a mi alrededor y me encontraba perdido.
Mientras Matilde se depilaba el bigote entre lágrimas, la miré de frente y le pregunté:

-          ¿Crees que como seres inanimados hacemos sin saber lo que hacemos? ¿Es posible que tú sepas el qué y yo en cambio el por qué?

Se arrancó un pelo, dio un grito y me dijo:

-          ¡Quita de la luz, joder!

Volví a la cama con un pedazo de canelón y un libro de Forges; cada día nos parecemos más a las viñetas del dibujante.

PD: ¡Nadie hace la bechamel como mi madre!"