El primer libro de autoayuda que
leí, recomendado por una psicóloga que pretendía convertirme en una persona
menos sufridora, se titulaba “Cuando digo no, me siento culpable” y realmente
me ayudó una mierda porque seguí comprando todos y cada uno de los libros que
me aconsejaba, sin ser capaz de decirle que se los leyera su tía. O más
amablemente, que no. Pero toda esa experiencia me llevó a concluir (en un muy
breve espacio de tiempo) que los volúmenes escritos para tal menester, no
sirven más que para las dos primeras noches -pongamos que en cinco capítulos-
te convenzas de que te vas a levantar siendo Barbarella, pero cuando te acabas
el café y vuelves a hacer lo mismo que el día anterior y que el otro y que lo
mismito de dos meses atrás, entiendes que no hay gurú escribiente que te saque
de tu anclado comportamiento conductual. El machaque mental no es algo que me
seduzca y el tener que pararte a pensar en cada situación cómo deberías
reaccionar, te convierte en un autómata sin libre albedrío, que se despoja de
su naturalidad y esencia para transformarse en un prototipo de lo que el ser
perfecto debería reflejar. ¿Eso es felicidad? ¡Eso es un sinvivir!
Volviendo al principio y un
tiempo después, cuando seguía diciendo sí aunque realmente quería decir una polla
como una olla, me vendió un ejemplar de Mujeres que aman demasiado.
Curiosamente lo leí hasta el final, asintiendo con la cabeza, y llevando a cabo todos los ejercicios
requeridos, sintiéndome durante la lectura como, sí, efectivamente, Barbarella,
y por supuesto como una mujer que quiere en demasía (a lo cual a día de hoy aún
no le encuentro lo negativo) y debía poner manos a la obra –obviamente con la
ayuda de la susodicha y a sesión semanal- para desear menos y entregarme lo
mínimo, con una serie de estrategias más propias de las invasiones de Gengis
Kan que de una mujer sencillamente enamorada.
Verán, la teoría de todos esos
panfletos cargados de tan buenas intenciones como un tubo de Hemoal, es
beneficiosa y saludable, y a nadie le puede hacer mal ir por la vida con una
sonrisa aunque tu pareja te diga que se está tirando a tu psicóloga, pero es
que el ser humano, la esencia más intrínseca del ser humano, es la de
equivocarse, la de cagarla hasta el fondo, la de hacer caso omiso a los sabios
consejos, la de no escuchar la voz interior, la de elegir estrepitosamente mal,
la de reponerse, insistir y navegar a contra corriente hasta que un día, perdido y contrariado, te
dé por entrar en una librería y comprar el tomo número tres de “Como irte a
dormir siendo una cucaracha y despertar convertido en…”
Claro, Barbarella.
Y todo vuelve a empezar.