viernes, 20 de diciembre de 2019





Bueno, gente, pues ya llegan las fiestas. La mayoría de los que aquí estamos tenemos la inmensa suerte de poder disfrutarlas, así que cada uno a su manera las pase todo lo mejor que pueda.

Mis chicas han querido felicitaros la Navidad con una cancioncilla que a su creadora le encanta, y daros las gracias por todos esos comentarios, esos likes y esa disparidad de opiniones que han animado mi muro. Dibujar es mi vida, poder compartir mis viñetas y que os gusten, el premio. Así que os deseamos (ellas y yo) de todo corazón, que seáis felices y nos volvamos a encontrar por estos mundos pasadas las resacas.

¡Feliz Navidad! 

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Se os están yendo de las manos los anuncios de colonias. Y lo sabéis.




No, en serio. Está siendo altamente complicado entender lo que transmite una esencia. En primer lugar porque les ha dado por lanzar los anuncios en otros idiomas, primando inglés y francés, y eso es contraproducente incluso para la marca. Imagine que ha logrado pronunciar correctamente Karowlinn Ereuwra y se acerca a su perfumería a adquirir el producto para el que previamente ha estado dando clases on line de dicción y ahorrando unos meses. No le van a entender ni papa, va a tener que repetirlo varias veces, al unísono con la dependienta, y van a parecer Pimpinela en versión neoyorkina.

Todo esto empezó con aquel “Lou Lou? C’est moi”, cuya traducción vendría a ser algo así como “Mari Mari? Soy yo”. Frase que en nuestro país ha sido utilizada desde que se inventaran los interfonos comunitarios, pero que al darle el toque glamuroso del francés, se convierte en aroma de lujo. Peacco Uarabann (que de toda la vida se ha pronunciado Paco –como el vecino- Rabán) te lanza unas peroratas con acento de Michigan, que no las pilla ni un filólogo anglosajón, y puedes comprar su colonia con la duda de si estás colaborando a que construyan el muro con México.

Pero además de esos eslóganes demoniacos, está la puesta en escena, que te deja pensando en cómo tú puedes ser tan cutre echándote perfume, visto lo visto. A ver, vosotros cuando salidos de la ducha os ponéis desodorante y después os pulverizáis con vuestra esencia preferida ¿Hacéis yoga en la acción? ¿Os retorcéis como llevados por el viento? ¿Ponéis cara  de haberos metido un chute de opiáceos? ¿Os da un vahído? ¿O vais repitiendo por todo el barrio y en un impoluto italiano de Boccaccio “Sí a la legerezza, sí a l’amore, sí a me stessa” ahí con tu moño, las chanclas y el carrito de la compra?

Hay uno de Chanel que a mí personalmente me aterra, que empieza con una tipa retorciéndose en unas telas que la enredan, con convulsiones neurológicas, hasta que logra partirse la columna vertebral y huir atravesando una pared de diamantes, acto que le fractura el cúbito pero le da igual porque está perfumada, y tras una lluvia de meteoritos que le refrescan el sofoco, llega a un amanecer plutoniano lo menos, y pone una cara así como de orgasmo a medias, que prefiero ponerme una ristra de ajos que ese efluvio alucinógeno.

En fin, que con lo fácil que era aquello de “Agua brava, una brava aventura” no sé para qué nos complicamos de tal manera la vida. Eso sí, con acento o sin él, no dejéis de oler bien, que bastante apesta todo.

test



Cada dos por tres me aparece en Facebook la invitación a realizar un test. Y algunos me llaman la atención más que por la curiosidad de los resultados, por lo altamente absurdo que me parece que alguien pueda perder el tiempo en saber qué tipo de dinosaurio hubiese sido, a qué flor corresponde su personalidad, en qué se va a reencarnar o qué rey visigodo lleva dentro. Pero los minutos cada uno los desaprovecha como más le viene en gana y si se queda a gusto imaginándose como Turismundo, allá él con sus batallas contra los alanos.

Diariamente me entero de que una amiga fue Cleopatra allí por el 69 a.C., que mi vecino se convertirá en una gardenia rubiaceae o que una conocida es realmente Simón Bolívar.  

Todo muy interesante. Pero la base científica de todas esas respuestas minuciosamente analizadas por expertos, no les van a llevar a nada con sustancia, no van a colaborar a su autoconocimiento ni a mostrar su lado más amable en las redes, no mejorarán su autoestima ni aportarán datos para un crecimiento personal y siempre intransferible.

Si de verdad quieren hacer un test en condiciones, si no les asusta saber el monstruo o diamante que desde su duodeno debe aflorar, ármense de valor, y contesten –en la intimidad mismamente- este cuestionario que he elaborado con absoluto rigor y seriedad, para su regocijo, discernimiento y posible hundimiento.

1.       ¿Ha leído en los últimos años algún libro de Jorge Bucay?
2.       ¿Tiene algún CD de Melendi?
3.       ¿Le cae bien Bertín Osborne?
4.       ¿Utiliza frases de superación en sus estados de Whatsapp?
5.       ¿Tarda más de 2 minutos en operar en el cajero automático?
6.       ¿Utiliza por equivocación el carril de Teletac en los peajes?
7.       ¿Le parece correcta la dicción en las películas españolas?
8.       ¿Pasa olímpicamente de interactuar con sus seguidores en redes, no comentándoles nunca y no dejando likes?
9.       ¿Fotografía y comparte sus comidas y/o cenas aunque se trate de un cogollo abierto por la mitad?  
10.   ¿Sube videos de animales haciendo gracietas?
11.   ¿Repite continuamente en una conversación el nombre de su interlocutor?
12.   ¿Enseña el repertorio de  fotos de sus vacaciones a amigos y demás seres?
13.   ¿Da los buenos días vía Messenger a sus seguidores con rosas o perritos acorazonados aunque no los conozca de nada?
14.   ¿Es monotemático?
15.   ¿Se ha dado ya cuenta de la pandilla de políticos de todos los colores que nos desgobiernan?

CONCLUSIONES

Más 10 afirmaciones: Esperemos que le caiga pronto el meteorito
Más de 5 afirmaciones: Está la cosa chunga, pero si se esfuerza, podría ser soportable
Menos de 5 afirmaciones: Manténgase atento a los avisos que se le van dando
0 afirmaciones: Algún otro defectillo tendrá



martes, 10 de septiembre de 2019

cómo echar mano de los clásicos para salvar el país




Anoche leía unos versos del Siglo de Oro, cuando probablemente y sin convencimiento cuento, me quedé dormida, viéndome en la terraza  tomando un Pacharán y sentada frente al ilustre y cadavérico Don Luis de Góngora y Argote, que ataviado con unas ridículas calzas estofadas, inició una versada conversación sobre el panorama nacional que no puedo dejar de compartir con usías.

-          Cuénteme, aunque el cielo advierte, qué aqueja a sus gobernantes que así desde esta mi muerte, se me antojan aberrantes
-          Después de las elecciones y sin mayoría aplastante, llegaron las digresiones y este ambiente tan frustrante
-          ¿Qué facieron estos meses esos que asemejan reses?
-          Iniciaron un debate pospuesto por vacaciones, tumbados en caserones para volver al combate
-          ¿Y el pueblo ante tal jolgorio muestra un enfado notorio?
-          Las gentes, sepa Don Luis, que no han más preocupación que colgar memes y fotos, sin pronunciar un achís y alelados como chotos
-          Ya dije yo allá en mis tiempos: “Traten otros del gobierno, del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno”
-          Si no mostramos enfado, si suponen tan conforme a una legión filiforme, si no ven el rostro agriado ¿qué van a tener de prisa si les damos hasta risa?
-          Tienen lo que se merecen ya que de arrojo carecen, y métase esto en la mente: Aquel que nada me da, no quiero yo que me cueste.
-          Pues sepa que estos políticos nos valen muchos dineros, en estos tiempos tan críticos parecemos sus palmeros
-          Si son una sociedad inmersa en la necedad y toleran el engaño de semejante tamaño, no se quejen, de lamentarse ya cejen y malvivan como puedan si conformados se quedan
-          Pero nadie está contento y a vos juro que no miento, que si una tertulia atiende verá el humor que desprende toda esa masa ofendida que espera un pacto aburrida.
-          Sírvame otro Pacharán que voy a darle un consejo antes de que en el chaflán vuelva a ser solo un bosquejo
-          Lleva más de siete tragos y no vaticina pacto ¿qué hacemos con estos vagos si no establecen contacto?
-          Si la opción son votaciones, si de nuevo son llamados a las urnas a millones, muestren su morrocotudo enfado, que sepan la que han liado, blanco voten, que lo noten, o llenen  las papeletas de chinchetas y peinetas, que si son unos ladrones el pueblo no quié traiciones.
-          No veo la solución ni con este colocón, ya me dirá cómo invierto en este futuro incierto
-          No me pida ni que fíe ni que preste, y que sea el fin de mi soneto éste;  que si gusta nos veamos y si accede, nos liamos
-          Agradezco a su merced su visita y parecer, y apóyese en la pared si no quiere padecer
-           Todo se vende este día, todo el dinero lo iguala, la Corte vende su gala, la guerra su valentía… ¡Con Dios, bella dama, adiós!

viernes, 30 de agosto de 2019

los ofendidos II



Acabo de leer la noticia sobre el veto a un homenaje de la escritora Enid Blyton por considerarla machista, homófoba, racista, borracha y no sé cuántas barbaridades más.

A ver, gilipollas de la tierra, se os está yendo la olla en demasía y estáis consiguiendo el efecto contrario a vuestra campaña en todo. Mis hermanas y yo hemos crecido con esos libros, desde Los cinco hasta Elisabeth, Torres de Malory y Santa Clara, y la escritora (nacida en 1897) no hacía otra cosa que narrar aventuras de muchachos y muchachas en distintos lugares. Ya está. Ni odiaba a los negros porque apareciese una muñeca de color más fea que Picio, ni estaba en contra del orgullo gay, ni los protas se pasaban la jornada ebrios, ni hacía apología del nazismo, ni nos decía a las chicas entre líneas que le lleváramos las zapatillas a nuestros maridos. Así que deduzco dos cosas. Una, que los actuales censores no se han leído un puto libro de la autora, y dos, que quieren regresar a la quema de obras contrarias a su filosofía de vida, lo cual me recuerda peligrosamente a otras épocas de la historia al más puro estilo fascista.   

¿Qué le pasa a esta tribu de quejicas? ¿Qué tipo de abducción los atrae? Joder, que da miedo ir a la playa y encenderte un pitillo porque el humo le llega al bebé que está a dos años luz, embadurnado en crema de protección 50, que va a ser blanco transparente el resto de su vida. Que si voy al súper y pido una bolsa –por lo bajini- los de la cola me miran como si fuera Charles Manson y me hacen la señal de la cruz. Que si después de decir “ellos” no digo “ellas” me lapidan como si hubiera cometido crímenes contra la Humanidad. Que si me pido un chuletón con patatas, se disparan las alarmas nucleares y me ponen delante una foto de una vaca durante el ágape. Que si arde un monumento histórico no lo puedes lamentar, porque más leña arde en Wachipé, como si yo hubiera hecho una barbacoa en su bosque. Que si le das una chuche al hijo del vecino, te sueltan una retahíla de contraindicaciones azucareras y ponen a Celia Cruz como el mismísimo demonio.

Qué plastas que sois, de verdad. Qué pocos quehaceres. Qué aburrimiento de vida. Qué cruzada más contradictoria mientras consumís gasolina, lleváis zapatillas de marca cosida por esclavos de países pobres, voláis en aviones que dejan más dióxido de carbono que la petrolera estatal de Arabia Saudita, o estáis la mayor parte del día tras móviles, tabletas u ordenadores, que consumen una barbaridad de energía proveniente de la quema de combustibles fósiles. Y qué bien os vendría a todos y todas y todes, leer más, leer mucho, pero libros de verdad, no de los de autoayuda y cómo salvar el planeta en diez pasos a base de comer brócoli, tener más humor, luchar por las atrocidades reales, y sobre todo dejar de ver áureas satánicas donde no las hay.


Y para salir de esa capa de amargura y apocalipsis, os pilláis una historia de Los Cinco y os vais a buscar el tesoro de la isla de Kirrin, que falta os hace, moninos. 

sábado, 27 de julio de 2019

De pelis y monstruos




No hace ni diez minutos que he terminado de ver la última de Almodóvar. No me habían hablado bien de ella, pero llevaba muchos años esperando que me volviera a emocionar. Que me provocara alguna reacción de aquellas que encontré con La ley del deseo, Átame o Qué he hecho yo… cuando el director era valiente, osado, cuando tocaba la fibra y abría heridas, cuando buceaba en los sentimientos y las actitudes, sin prejuicios ni miedo ni vergüenza. Era entonces el Almodóvar en el que entraba, al que admiraba por lo original, por el desparpajo para lo cotidiano, por su pasión, sus laberintos afectivos y su sensibilidad artística.

Y con esta nueva cinta me ha devuelto el asombro y la impresión, solo que esta vez desde una madurez y una quietud tan valiente como aquel ardor en las relaciones prohibidas de entonces. Porque repasar tu vida, sentirte añejo, cerrar los ojos rememorando las equivocaciones y todo aquello que pudo haber sido, recordar detalles que asoman relatos, llorar treinta años más tarde de la pena, enfrentarte a las ausencias y afrontar los fracasos, es un ejercicio que araña y entreabre compuertas, pero que te crece y endurece.

Tal vez con dos décadas menos no me hubiera dejado mirando el fundido al negro final, igual no hubiese pasado de la mitad, pero ahora y aquí, me ha pillado en un momento en el que sí siento en el alma no haber conseguido más, no haber hecho un zoom a las oportunidades y ver pasar algunos trenes con destinos inciertos que quién sabe a dónde me hubieran llevado.

“Dolor y gloria” te conmueve si es que te ha llegado el momento de observar circularmente, si estás algo perdido, si te sientes cansado y si en el fondo sabes que aún queda algo por hacer.

A veces, aunque sea después de muchos años, algo te acaricia la piel y vete tú a saber si es porque nos hacemos mayores o porque la coraza se va despedazando, pero te sientes vivo, dispuesto y tremendamente cargado de valentía.  

jueves, 25 de julio de 2019

El expreso de mediodía







Mi madre, que es medio asturiana, se fue ayer a Gijón en tren. Como solo sacó billete de ida, y pudiera ser que tardara mucho en volver o incluso no regresara, fuimos a despedirla hijas y nietas a la estación de Tarragona. Previamente y debido a los problemas físicos de la mujer, que le impiden andar con agilidad, contratamos el servicio Atendo que consiste en la ayuda de una persona para llevar las maletas hasta el asiento correspondiente y velar por la subida y bajada del transporte sin porrazos ni males mayores.

El mismo partía a las 12.48 h y aunque mi progenitora nos había jurado que era a las 12 (para poder estar a pie de vía tres horas antes dado que no se fía de nuestra puntualidad) llegamos con los minutos sobrantes para desayunar, fotografiarnos, realizar juegos varios de mesa y finalmente localizar el punto Atendo para asegurar el servicio.
El tipo era de la especie graciosa, de esos que sueltan chascarrillos y se ríen solos, que nada más saludarle con el buenos días, nos dijo: “Ya he visto que venía coja y he pensado, esta pa mí”. Mi hermana y yo, que no somos de chistes fáciles, le interrogamos sobre los pasos exactos a seguir y a todo nos vendió la mejor de las ayudas.

Tomamos asiento hasta que se cumpliera la hora y de repente aparece el susodicho con un petardo en el culo, a la voz de ¡Vamos, vamos, vamos! Coge las dos maletas (una en cada mano) y se transforma en Usain Bolt por los pasillos, seguido en la distancia por una una rubia platino, monísima, pero con una lentitud en sus andares que nos llevó a temer que el equipaje llegaba a Asturias, pero sin ella.
Una vez perdidos ambos de vista (a él mucho antes) y no sin cierta zozobra y congojo,  esperamos la primera de las infinitas llamadas que recibimos durante las 11 horas de trayecto, en las que nos comunicó que cuando consiguió llegar a su vagón, Usain le había dejado los bultos en el descansillo y suponía que seguiría corriendo campo a través, sin brazo que la aupara, ni acompañamiento hasta su asiento, ni Atendo, ni leches.

Más tarde supimos que a los 100 metros lisos siguió la suspensión del aire acondicionado allá por los Monegros a 40º C, por un problema técnico que dejó al personal al borde de la deshidratación. Pero eso es otra historia que solucionó pasando el trayecto en el bar y a base de gintónics. En su último whatsapp decía: Gemma, pon una reclamación.

Y en eso estoy, denunciando públicamente al servicio Atendo de Tarragona (que no al de Gijón, donde fue recibida por una muchacha dispuesta, amable y con un brazo tipo apoyadero que puso un final feliz a la larga jornada ferroviaria).

Apa, mami, disfruta de la sidra, los centollos y ese pedazo de maravillosa tierra.
Atentamente, tu hija que te quiere, bla bla bla…

viernes, 12 de julio de 2019

¿Qué me pasa, heil Doctor?




Últimamente, a raíz de algo que es muy largo de explicar, utilizo el adjetivo “brutal” tanto para lo bueno como para lo menos, y así defino y doy por zanjadas muchas situaciones. Pero hace unas semanas, cuando acudí al médico de familia por una molestia que arrastraba desde hacía días, se me quitaron las ganas de volver a utilizarla a mansalva y elegir con detenimiento el calificativo más acorde al momento. Veréis…

La doctora que habitualmente me atiende (en demasía dada mi hipocondría) no estaba esa mañana, y en su lugar visitaba un colega de un pueblo cercano que –todo hay que decirlo- está como un queso aunque adolece de un carácter tipo hitleriano que te va hundiendo en la silla hasta convertirte en una cucaracha o te incita a mentirle en todas sus intimidatorias preguntas sobre el azúcar, el tabaco o las grasas saturadas.  El caso es que tuve que relatarle desde el principio ese mal que me aquejaba sutilmente, que no era más que una recurrente infección de orina, y a la que dada la prolongación en el tiempo osé definir como “brutal”

Cuando empezó a tomar aire y a mirarme fijamente apretando los molares, estuve tentada a encender un cigarrillo y hacerme la longuis, pero me aferré a las asas de mi bolso y aguanté como los brigadefürer cuando la bronca por lo de Stalingrado.

-          "¿Brutal me dice? ¿Brutal lo encuentra? ¿Sabe lo que sería brutal? Brutal hubiese sido que llevara meses planeando la escalada al Montblanc, y que después del cansado ascenso con todas sus penurias, a cien metros de la cima, le atacara un dolor en el costado, un cólico nefrítico punzante, que la retorciera por las nieves y le provocara estalactitas en los lagrimales, por el cual tuviera que llamar a los servicios de emergencia, esperar durante horas en estado hipotérmico a un helicóptero y ser trasladada a un hospital con una pielonefritis de caballo. Eso sería brutal"

No supe reaccionar; no supe si salir corriendo como si hubieran invadido Austria, o estamparle el tensiómetro en el cráneo. Me limité a poner cara de parisina de la resistencia en un control con dóbermans, y a contestar: Ya (que en alemán pudo interpretar como sí) Me extendió una receta de ibuprofeno y me instó a ser visitada la semana siguiente.

Ahora, y aprendida la lección, si alguien me pregunta por la intensidad de mis dolores varios, me limito a contestar: “Pssssssss” y alzar el brazo derecho con la mano extendida, prefiriendo pasar por rara que por exagerada.


PD: Juro que tal y como lo he narrado sucedió, y que tengo más anécdotas con el buenorro del doctor, que en su día relataré. 

jueves, 11 de julio de 2019

Relaxing cup in the piscina municipal


La siguiente imagen puede herir la sensibilidad de los espectadores, en especial la de Toro salvaje ;)



lunes, 1 de julio de 2019

Punto (de vista)





-     ¿Susan, qué esperas de la vida, ?
-          ¿Que qué espero? ¿Crees que esa es la mejor pregunta para empezar un tranquilo paseo?
-          Bueno, si voy a dormir el resto de mi existencia contigo, es algo a tener en cuenta.
-          Pues... supongo que lo que todo el mundo. Encontrar el ansiolítico adecuado, un restaurante francés en la esquina, alguien con quien debatir y que me encuentren el punto G intelectual.
-          A veces tus respuestas me marean.
-          A ti te marea el simple hecho de estar gravitando en el universo.
-          Sí, también es cierto, pero me ayudaría encontrar alivio en tus contestaciones.
-          No voy a decirte que espero que seas mi hombre definitivo.
-          Gracias, eres un gran apoyo en  los momentos de baja autoestima.
-          ¡Por favor! ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste satisfecho contigo mismo?
-          Lo recuerdo perfectamente, cuando aquella noche me dijiste que había estado brillante.
-          Sabes muy bien que no me refería al polvo, sino a aquel preservativo luminoso que utilizaste.
-          Eso no lo habías especificado.
-          ¿Quieres que compremos naranjas?
-          ¡Eres increíble! Yo hablándote del futuro de nuestra relación, de los próximos veinte años de nuestras vidas y tú pensando en el ácido cítrico.
-          ¡No nos vamos a alimentar de amor y charlas!
-          ¿Amor? ¿Has dicho amor? ¿Quieres decir que me amas?
-          ¡Buf! El amor es un concepto muy abstracto ¿Recuerdas aquel cuadro que vimos en el escaparate de Murphy’s?
-          ¿Te refieres a aquel gran lienzo blanco con un punto rojo en una esquina?
-          El mismo. Ese es mi concepto del amor.
-          Pero, pero... ¡es angustiante!
-          Parece que lo vas entendiendo.
-          Definitivamente todo me da vueltas. Acabo de descubrir que sólo soy un punto en tu plano.
-          Al menos eres el único. Imagina que hubiera puntos suspensivos...
-          Si hubiese sabido de tu crueldad, jamás te habría abordado por la calle.
-          No me abordaste, te caíste encima de mí.
-          ¿Podrías decirme algo romántico una vez a la semana?
-          ¿Te fijaste si quedaba salsa de soja en la despensa?
-          Estos paseos me provocarán una úlcera de estómago.
-          Tal vez sea mejor que te quedes en casa, el dióxido de carbono te vuelve muy existencialista.
-          Yo también te quiero.

lunes, 17 de junio de 2019

Encuentros en la tercera rotonda





Esta mañana a las 8, debía hacerme una analítica (tranquilos, algo rutinario de peri menopáusica hipocondriaca). Dado que el centro médico está a 2 minutos y que no había pegado ojo en toda la noche pensando en qué escribir hoy, me he levantado a las 7.50 y sin zumo, ni café, ni pitillo, me he dirigido hacia el dispensario en mi flamante y casi nuevo vehículo. Hete aquí que en un cruce de caminos entre viñas, escuela y obras municipales, una monitora del jardín de infancia llegaba tarde a su puesto de trabajo. Y si en ese punto estratégico del cruce, juntamos a una noctámbula cincuentona y a una fitipaldi despistada e impuntual, el resultado no puede ser otro que el de un impacto morrocotudo con daños para ambos autos y parte de lesiones para mí misma (tranquilos, peri menopáusica pero entera). El código de tráfico y seguridad vial especifica que en este caso, sin señalización alguna ni en calle A ni en calle B, el vehículo impactado por su derecha, es el culpable. O sea, yo. Y bueno, esa es la anécdota, que se queda en una puerta (la mía) como la de toriles, y en unas tres horas detallando el parte a la tele operadora con deletreo incluido y pausado de las rúas -en catalán- implicadas.

Pero ahora llega la moralina, que siempre hay que sacar por muchas arcadas que provoque. Y es que si aquí quien suscribe, anoche no hubiese estado escuchando a Andy Williams hasta casi levitar, si no hubiera indagado en sus recovecos cerebrales para encontrar un hilo del que narrar, si no hubiese andado piso arriba piso abajo maquinando viñetas, y por supuesto, si en vez de hacerse controles sanguinarios cada seis meses para saber el número contante de leucocitos, se hubiera quedado durmiendo hasta despertar con una gran idea, nada de lo relatado formaría parte de mi realidad.

PD: Eso sí, Andy Williams ha pasado de ser romántico a catastrófico.

lunes, 27 de mayo de 2019

La huida secreta de las palabras


Cuando entro en modo decepción -que no es tristeza ni desgarro, solo vacío cósmico- y necesito llorar por una mera cuestión de desahogo mental, habida cuenta de que no tengo motivo alguno para la tristeza, echo mano de una peli que salvaría de un incendio y me llevaría a una isla desierta, y que compré porque es más obra maestra de lo que pueda parecer y porque con ella expulso más mocos que con el Flumil.

Sé que por más que la visione su lado amargo no cambiará, y que me hundiré entre cojines al terminar, con la sonrisa de Tim Robbins flotando en la ficción y contradictoriamente satisfecha de tener una vida muchísimo más placentera que la de cientos de millones de personas. Es decir, la catarsis consiste en observar el horror ajeno para percatarme de lo bueno que poseo y que en ocasiones, no valoro, o mejor dicho, no absorbo.

El vértigo de la decepción (de una decepción global, de nada en concreto, de crisis pasajeras en las que huyes de no sabes qué o quién, en esas que esperas tanto y te parece recibir migajas) dura en realidad el tiempo que cada uno le quiera otorgar, y la voluntad de ponerse en pie y activar eso de a otra cosa, mariposa –siempre y cuando la mente esté sana- depende exclusivamente de uno mismo.
En ocasiones –puede que sea algo intrínseco al ser humano- nos deleitamos en el hundimiento como si la contemplación del Titanic en vertical, compensara todas esas risas y poses que ofrecemos, y escuchar una y otra vez If you leave me now, nos calma la ansiedad, o el ego, o la incertidumbre, o ese pedazo de soledad que a lustros –o a ratos- asoma por el gaznate.

Estamos compuestos de pequeñas necesidades que debemos ir cubriendo, de agujeros que se van formando en la dermis y que requieren de retales, chapuza y remiendo. De millones de átomos con distintas carencias, de partículas que huyen, que añoran, que espían, que esperan, que vuelan, que menguan. Estamos hechos en esencia de pasiones y entusiasmos, de pura fuerza que nos ancla a la tierra y nos impide salir en órbita, de afecciones y defectos especiales, de altibajos y motivaciones.

Así que cuando llega el modo decepción, como llega el hambre, la sed o la inquietud, uno debe tener a mano aquellas herramientas que le permitan regocijarse en la melancolía, como si se tratara de abrir la escotilla de un batiscafo escondido bajo la cama, y explorar sus profundidades con la mayor y más agradecida naturalidad.


Snif. 

martes, 14 de mayo de 2019

¿Qué fue de Baby Jane? (que se quedó colgada)






Supongo que os habrá pasado en más de una ocasión eso de adentrarse mentalmente en una noche estrellada e intentar averiguar con nuestro minúsculo cerebro, cómo es posible lo del universo, el infinito, la nada (o el todo) y el estar flotando adheridos a un globo suspendido, con el único fin de cumplir con el efímero rol de la existencia. Y supongo también que habéis llegado a ese momento en el que parece que vais a traspasar una delgada línea que nos separa de la cordura y que, o bien por miedo a caer en un viaje sin retorno o bien porque no damos más de sí, habéis vuelto a lo terrenal dejando la astrofísica a mentes más capaces y buscando una estrella fugaz, que es más reconfortante.

Se me ha ocurrido esto a raíz de leer un artículo sobre la parte negativa de la meditación, a la cual no soy dada porque mi ansiedad y mis prisas no me lo permiten. Aunque la definición exacta de meditar nos lleva exclusivamente al pensar atenta y detenidamente sobre algo, el texto (y yo en este post) se refiere a esa reflexión intimista sobre algún tema espiritual o trascendental.

En mis épocas de máxima angustia vital, he probado métodos varios (legales en su totalidad) para adentrarme en mi yo más interior, aspirando a apretar tornillos, reparar grietas, eliminar residuos y ampliar espacios, con un resultado en cada uno de ellos que rozaba el desastre, el caos y la desesperación. Es decir, siempre ha sido peor el remedio que la enfermedad.  

Sigo en Instagram a una chica de Indonesia, que se pasa el día y parte de la noche meditando; lo hace en la arena, sobre las rocas, en lo alto de las palmeras, de los volcanes, bajo el agua, entre el bambú y sentada en sus coloridos tatamis. La sigo porque realmente me transmite buen rollo y envidia (y porque en un comentario me dijo que tenía -yo mismamente- una mirada very nice).  Pero tras leer el informe estoy tentada a detallarle los riesgos de tanta iluminación introspectiva: las altas posibilidades de quedarse colgada de una flor de frangipani, desconectar de la realidad eternamente, experimentar sensaciones desagradables y distorsionadas, y convertirse en una persona que para tomar cualquier tipo de decisión (aunque sea tan nimia como la de qué hacer de cena) tiene primero que retirarse a un lugar solitario y en armonía con la naturaleza, para reflexionar y devanarse los sesos.

Todo ello es lo que concluye el estudio para una cuarta parte de los dados a la meditación, así que ante la duda de en qué porcentaje encajar, y dado que funciono a base de impulsos y poco razonamiento, voy a seguir con mi actitud sin dejar de advertirles sobre las consecuencias del darle en demasía al tarro e intentar averiguar de dónde venimos y cuál es el absurdo propósito de nuestra existencia.

Y si contemplan una noche estrellada, limítense a pedir un deseo realizable si ven un meteoro fugaz y a dar por hecho que el infinito termina allí donde sus ojos... no pueden llegar.