sábado, 27 de julio de 2019

De pelis y monstruos




No hace ni diez minutos que he terminado de ver la última de Almodóvar. No me habían hablado bien de ella, pero llevaba muchos años esperando que me volviera a emocionar. Que me provocara alguna reacción de aquellas que encontré con La ley del deseo, Átame o Qué he hecho yo… cuando el director era valiente, osado, cuando tocaba la fibra y abría heridas, cuando buceaba en los sentimientos y las actitudes, sin prejuicios ni miedo ni vergüenza. Era entonces el Almodóvar en el que entraba, al que admiraba por lo original, por el desparpajo para lo cotidiano, por su pasión, sus laberintos afectivos y su sensibilidad artística.

Y con esta nueva cinta me ha devuelto el asombro y la impresión, solo que esta vez desde una madurez y una quietud tan valiente como aquel ardor en las relaciones prohibidas de entonces. Porque repasar tu vida, sentirte añejo, cerrar los ojos rememorando las equivocaciones y todo aquello que pudo haber sido, recordar detalles que asoman relatos, llorar treinta años más tarde de la pena, enfrentarte a las ausencias y afrontar los fracasos, es un ejercicio que araña y entreabre compuertas, pero que te crece y endurece.

Tal vez con dos décadas menos no me hubiera dejado mirando el fundido al negro final, igual no hubiese pasado de la mitad, pero ahora y aquí, me ha pillado en un momento en el que sí siento en el alma no haber conseguido más, no haber hecho un zoom a las oportunidades y ver pasar algunos trenes con destinos inciertos que quién sabe a dónde me hubieran llevado.

“Dolor y gloria” te conmueve si es que te ha llegado el momento de observar circularmente, si estás algo perdido, si te sientes cansado y si en el fondo sabes que aún queda algo por hacer.

A veces, aunque sea después de muchos años, algo te acaricia la piel y vete tú a saber si es porque nos hacemos mayores o porque la coraza se va despedazando, pero te sientes vivo, dispuesto y tremendamente cargado de valentía.