jueves, 25 de julio de 2019

El expreso de mediodía







Mi madre, que es medio asturiana, se fue ayer a Gijón en tren. Como solo sacó billete de ida, y pudiera ser que tardara mucho en volver o incluso no regresara, fuimos a despedirla hijas y nietas a la estación de Tarragona. Previamente y debido a los problemas físicos de la mujer, que le impiden andar con agilidad, contratamos el servicio Atendo que consiste en la ayuda de una persona para llevar las maletas hasta el asiento correspondiente y velar por la subida y bajada del transporte sin porrazos ni males mayores.

El mismo partía a las 12.48 h y aunque mi progenitora nos había jurado que era a las 12 (para poder estar a pie de vía tres horas antes dado que no se fía de nuestra puntualidad) llegamos con los minutos sobrantes para desayunar, fotografiarnos, realizar juegos varios de mesa y finalmente localizar el punto Atendo para asegurar el servicio.
El tipo era de la especie graciosa, de esos que sueltan chascarrillos y se ríen solos, que nada más saludarle con el buenos días, nos dijo: “Ya he visto que venía coja y he pensado, esta pa mí”. Mi hermana y yo, que no somos de chistes fáciles, le interrogamos sobre los pasos exactos a seguir y a todo nos vendió la mejor de las ayudas.

Tomamos asiento hasta que se cumpliera la hora y de repente aparece el susodicho con un petardo en el culo, a la voz de ¡Vamos, vamos, vamos! Coge las dos maletas (una en cada mano) y se transforma en Usain Bolt por los pasillos, seguido en la distancia por una una rubia platino, monísima, pero con una lentitud en sus andares que nos llevó a temer que el equipaje llegaba a Asturias, pero sin ella.
Una vez perdidos ambos de vista (a él mucho antes) y no sin cierta zozobra y congojo,  esperamos la primera de las infinitas llamadas que recibimos durante las 11 horas de trayecto, en las que nos comunicó que cuando consiguió llegar a su vagón, Usain le había dejado los bultos en el descansillo y suponía que seguiría corriendo campo a través, sin brazo que la aupara, ni acompañamiento hasta su asiento, ni Atendo, ni leches.

Más tarde supimos que a los 100 metros lisos siguió la suspensión del aire acondicionado allá por los Monegros a 40º C, por un problema técnico que dejó al personal al borde de la deshidratación. Pero eso es otra historia que solucionó pasando el trayecto en el bar y a base de gintónics. En su último whatsapp decía: Gemma, pon una reclamación.

Y en eso estoy, denunciando públicamente al servicio Atendo de Tarragona (que no al de Gijón, donde fue recibida por una muchacha dispuesta, amable y con un brazo tipo apoyadero que puso un final feliz a la larga jornada ferroviaria).

Apa, mami, disfruta de la sidra, los centollos y ese pedazo de maravillosa tierra.
Atentamente, tu hija que te quiere, bla bla bla…