sábado, 27 de julio de 2019

De pelis y monstruos




No hace ni diez minutos que he terminado de ver la última de Almodóvar. No me habían hablado bien de ella, pero llevaba muchos años esperando que me volviera a emocionar. Que me provocara alguna reacción de aquellas que encontré con La ley del deseo, Átame o Qué he hecho yo… cuando el director era valiente, osado, cuando tocaba la fibra y abría heridas, cuando buceaba en los sentimientos y las actitudes, sin prejuicios ni miedo ni vergüenza. Era entonces el Almodóvar en el que entraba, al que admiraba por lo original, por el desparpajo para lo cotidiano, por su pasión, sus laberintos afectivos y su sensibilidad artística.

Y con esta nueva cinta me ha devuelto el asombro y la impresión, solo que esta vez desde una madurez y una quietud tan valiente como aquel ardor en las relaciones prohibidas de entonces. Porque repasar tu vida, sentirte añejo, cerrar los ojos rememorando las equivocaciones y todo aquello que pudo haber sido, recordar detalles que asoman relatos, llorar treinta años más tarde de la pena, enfrentarte a las ausencias y afrontar los fracasos, es un ejercicio que araña y entreabre compuertas, pero que te crece y endurece.

Tal vez con dos décadas menos no me hubiera dejado mirando el fundido al negro final, igual no hubiese pasado de la mitad, pero ahora y aquí, me ha pillado en un momento en el que sí siento en el alma no haber conseguido más, no haber hecho un zoom a las oportunidades y ver pasar algunos trenes con destinos inciertos que quién sabe a dónde me hubieran llevado.

“Dolor y gloria” te conmueve si es que te ha llegado el momento de observar circularmente, si estás algo perdido, si te sientes cansado y si en el fondo sabes que aún queda algo por hacer.

A veces, aunque sea después de muchos años, algo te acaricia la piel y vete tú a saber si es porque nos hacemos mayores o porque la coraza se va despedazando, pero te sientes vivo, dispuesto y tremendamente cargado de valentía.  

jueves, 25 de julio de 2019

El expreso de mediodía







Mi madre, que es medio asturiana, se fue ayer a Gijón en tren. Como solo sacó billete de ida, y pudiera ser que tardara mucho en volver o incluso no regresara, fuimos a despedirla hijas y nietas a la estación de Tarragona. Previamente y debido a los problemas físicos de la mujer, que le impiden andar con agilidad, contratamos el servicio Atendo que consiste en la ayuda de una persona para llevar las maletas hasta el asiento correspondiente y velar por la subida y bajada del transporte sin porrazos ni males mayores.

El mismo partía a las 12.48 h y aunque mi progenitora nos había jurado que era a las 12 (para poder estar a pie de vía tres horas antes dado que no se fía de nuestra puntualidad) llegamos con los minutos sobrantes para desayunar, fotografiarnos, realizar juegos varios de mesa y finalmente localizar el punto Atendo para asegurar el servicio.
El tipo era de la especie graciosa, de esos que sueltan chascarrillos y se ríen solos, que nada más saludarle con el buenos días, nos dijo: “Ya he visto que venía coja y he pensado, esta pa mí”. Mi hermana y yo, que no somos de chistes fáciles, le interrogamos sobre los pasos exactos a seguir y a todo nos vendió la mejor de las ayudas.

Tomamos asiento hasta que se cumpliera la hora y de repente aparece el susodicho con un petardo en el culo, a la voz de ¡Vamos, vamos, vamos! Coge las dos maletas (una en cada mano) y se transforma en Usain Bolt por los pasillos, seguido en la distancia por una una rubia platino, monísima, pero con una lentitud en sus andares que nos llevó a temer que el equipaje llegaba a Asturias, pero sin ella.
Una vez perdidos ambos de vista (a él mucho antes) y no sin cierta zozobra y congojo,  esperamos la primera de las infinitas llamadas que recibimos durante las 11 horas de trayecto, en las que nos comunicó que cuando consiguió llegar a su vagón, Usain le había dejado los bultos en el descansillo y suponía que seguiría corriendo campo a través, sin brazo que la aupara, ni acompañamiento hasta su asiento, ni Atendo, ni leches.

Más tarde supimos que a los 100 metros lisos siguió la suspensión del aire acondicionado allá por los Monegros a 40º C, por un problema técnico que dejó al personal al borde de la deshidratación. Pero eso es otra historia que solucionó pasando el trayecto en el bar y a base de gintónics. En su último whatsapp decía: Gemma, pon una reclamación.

Y en eso estoy, denunciando públicamente al servicio Atendo de Tarragona (que no al de Gijón, donde fue recibida por una muchacha dispuesta, amable y con un brazo tipo apoyadero que puso un final feliz a la larga jornada ferroviaria).

Apa, mami, disfruta de la sidra, los centollos y ese pedazo de maravillosa tierra.
Atentamente, tu hija que te quiere, bla bla bla…

viernes, 12 de julio de 2019

¿Qué me pasa, heil Doctor?




Últimamente, a raíz de algo que es muy largo de explicar, utilizo el adjetivo “brutal” tanto para lo bueno como para lo menos, y así defino y doy por zanjadas muchas situaciones. Pero hace unas semanas, cuando acudí al médico de familia por una molestia que arrastraba desde hacía días, se me quitaron las ganas de volver a utilizarla a mansalva y elegir con detenimiento el calificativo más acorde al momento. Veréis…

La doctora que habitualmente me atiende (en demasía dada mi hipocondría) no estaba esa mañana, y en su lugar visitaba un colega de un pueblo cercano que –todo hay que decirlo- está como un queso aunque adolece de un carácter tipo hitleriano que te va hundiendo en la silla hasta convertirte en una cucaracha o te incita a mentirle en todas sus intimidatorias preguntas sobre el azúcar, el tabaco o las grasas saturadas.  El caso es que tuve que relatarle desde el principio ese mal que me aquejaba sutilmente, que no era más que una recurrente infección de orina, y a la que dada la prolongación en el tiempo osé definir como “brutal”

Cuando empezó a tomar aire y a mirarme fijamente apretando los molares, estuve tentada a encender un cigarrillo y hacerme la longuis, pero me aferré a las asas de mi bolso y aguanté como los brigadefürer cuando la bronca por lo de Stalingrado.

-          "¿Brutal me dice? ¿Brutal lo encuentra? ¿Sabe lo que sería brutal? Brutal hubiese sido que llevara meses planeando la escalada al Montblanc, y que después del cansado ascenso con todas sus penurias, a cien metros de la cima, le atacara un dolor en el costado, un cólico nefrítico punzante, que la retorciera por las nieves y le provocara estalactitas en los lagrimales, por el cual tuviera que llamar a los servicios de emergencia, esperar durante horas en estado hipotérmico a un helicóptero y ser trasladada a un hospital con una pielonefritis de caballo. Eso sería brutal"

No supe reaccionar; no supe si salir corriendo como si hubieran invadido Austria, o estamparle el tensiómetro en el cráneo. Me limité a poner cara de parisina de la resistencia en un control con dóbermans, y a contestar: Ya (que en alemán pudo interpretar como sí) Me extendió una receta de ibuprofeno y me instó a ser visitada la semana siguiente.

Ahora, y aprendida la lección, si alguien me pregunta por la intensidad de mis dolores varios, me limito a contestar: “Pssssssss” y alzar el brazo derecho con la mano extendida, prefiriendo pasar por rara que por exagerada.


PD: Juro que tal y como lo he narrado sucedió, y que tengo más anécdotas con el buenorro del doctor, que en su día relataré. 

jueves, 11 de julio de 2019

Relaxing cup in the piscina municipal


La siguiente imagen puede herir la sensibilidad de los espectadores, en especial la de Toro salvaje ;)



lunes, 1 de julio de 2019

Punto (de vista)





-     ¿Susan, qué esperas de la vida, ?
-          ¿Que qué espero? ¿Crees que esa es la mejor pregunta para empezar un tranquilo paseo?
-          Bueno, si voy a dormir el resto de mi existencia contigo, es algo a tener en cuenta.
-          Pues... supongo que lo que todo el mundo. Encontrar el ansiolítico adecuado, un restaurante francés en la esquina, alguien con quien debatir y que me encuentren el punto G intelectual.
-          A veces tus respuestas me marean.
-          A ti te marea el simple hecho de estar gravitando en el universo.
-          Sí, también es cierto, pero me ayudaría encontrar alivio en tus contestaciones.
-          No voy a decirte que espero que seas mi hombre definitivo.
-          Gracias, eres un gran apoyo en  los momentos de baja autoestima.
-          ¡Por favor! ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste satisfecho contigo mismo?
-          Lo recuerdo perfectamente, cuando aquella noche me dijiste que había estado brillante.
-          Sabes muy bien que no me refería al polvo, sino a aquel preservativo luminoso que utilizaste.
-          Eso no lo habías especificado.
-          ¿Quieres que compremos naranjas?
-          ¡Eres increíble! Yo hablándote del futuro de nuestra relación, de los próximos veinte años de nuestras vidas y tú pensando en el ácido cítrico.
-          ¡No nos vamos a alimentar de amor y charlas!
-          ¿Amor? ¿Has dicho amor? ¿Quieres decir que me amas?
-          ¡Buf! El amor es un concepto muy abstracto ¿Recuerdas aquel cuadro que vimos en el escaparate de Murphy’s?
-          ¿Te refieres a aquel gran lienzo blanco con un punto rojo en una esquina?
-          El mismo. Ese es mi concepto del amor.
-          Pero, pero... ¡es angustiante!
-          Parece que lo vas entendiendo.
-          Definitivamente todo me da vueltas. Acabo de descubrir que sólo soy un punto en tu plano.
-          Al menos eres el único. Imagina que hubiera puntos suspensivos...
-          Si hubiese sabido de tu crueldad, jamás te habría abordado por la calle.
-          No me abordaste, te caíste encima de mí.
-          ¿Podrías decirme algo romántico una vez a la semana?
-          ¿Te fijaste si quedaba salsa de soja en la despensa?
-          Estos paseos me provocarán una úlcera de estómago.
-          Tal vez sea mejor que te quedes en casa, el dióxido de carbono te vuelve muy existencialista.
-          Yo también te quiero.