Últimamente, a raíz de algo que
es muy largo de explicar, utilizo el adjetivo “brutal” tanto para lo bueno como
para lo menos, y así defino y doy por zanjadas muchas situaciones. Pero hace unas
semanas, cuando acudí al médico de familia por una molestia que arrastraba
desde hacía días, se me quitaron las ganas de volver a utilizarla a mansalva y
elegir con detenimiento el calificativo más acorde al momento. Veréis…
La doctora que habitualmente me
atiende (en demasía dada mi hipocondría) no estaba esa mañana, y en su lugar
visitaba un colega de un pueblo cercano que –todo hay que decirlo- está como un
queso aunque adolece de un carácter tipo hitleriano que te va hundiendo en la
silla hasta convertirte en una cucaracha o te incita a mentirle en todas sus
intimidatorias preguntas sobre el azúcar, el tabaco o las grasas saturadas. El caso es que tuve que relatarle desde el
principio ese mal que me aquejaba sutilmente, que no era más que una recurrente
infección de orina, y a la que dada la prolongación en el tiempo osé definir
como “brutal”
Cuando empezó a tomar aire y a
mirarme fijamente apretando los molares, estuve tentada a encender un
cigarrillo y hacerme la longuis, pero me aferré a las asas de mi bolso y
aguanté como los brigadefürer cuando la bronca por lo de Stalingrado.
- "¿Brutal me dice? ¿Brutal lo encuentra? ¿Sabe lo
que sería brutal? Brutal hubiese sido que llevara meses planeando la escalada
al Montblanc, y que después del cansado ascenso con todas sus penurias, a cien
metros de la cima, le atacara un dolor en el costado, un cólico nefrítico punzante,
que la retorciera por las nieves y le provocara estalactitas en los lagrimales,
por el cual tuviera que llamar a los servicios de emergencia, esperar durante
horas en estado hipotérmico a un helicóptero y ser trasladada a un hospital con
una pielonefritis de caballo. Eso sería brutal"
No supe reaccionar; no supe si
salir corriendo como si hubieran invadido Austria, o estamparle el tensiómetro en
el cráneo. Me limité a poner cara de parisina de la resistencia en un control
con dóbermans, y a contestar: Ya (que en alemán pudo interpretar como sí) Me
extendió una receta de ibuprofeno y me instó a ser visitada la semana
siguiente.
Ahora, y aprendida la lección, si
alguien me pregunta por la intensidad de mis dolores varios, me limito a
contestar: “Pssssssss” y alzar el brazo derecho con la mano extendida,
prefiriendo pasar por rara que por exagerada.
PD: Juro que tal y como lo he
narrado sucedió, y que tengo más anécdotas con el buenorro del doctor, que en
su día relataré.