viernes, 12 de julio de 2019

¿Qué me pasa, heil Doctor?




Últimamente, a raíz de algo que es muy largo de explicar, utilizo el adjetivo “brutal” tanto para lo bueno como para lo menos, y así defino y doy por zanjadas muchas situaciones. Pero hace unas semanas, cuando acudí al médico de familia por una molestia que arrastraba desde hacía días, se me quitaron las ganas de volver a utilizarla a mansalva y elegir con detenimiento el calificativo más acorde al momento. Veréis…

La doctora que habitualmente me atiende (en demasía dada mi hipocondría) no estaba esa mañana, y en su lugar visitaba un colega de un pueblo cercano que –todo hay que decirlo- está como un queso aunque adolece de un carácter tipo hitleriano que te va hundiendo en la silla hasta convertirte en una cucaracha o te incita a mentirle en todas sus intimidatorias preguntas sobre el azúcar, el tabaco o las grasas saturadas.  El caso es que tuve que relatarle desde el principio ese mal que me aquejaba sutilmente, que no era más que una recurrente infección de orina, y a la que dada la prolongación en el tiempo osé definir como “brutal”

Cuando empezó a tomar aire y a mirarme fijamente apretando los molares, estuve tentada a encender un cigarrillo y hacerme la longuis, pero me aferré a las asas de mi bolso y aguanté como los brigadefürer cuando la bronca por lo de Stalingrado.

-          "¿Brutal me dice? ¿Brutal lo encuentra? ¿Sabe lo que sería brutal? Brutal hubiese sido que llevara meses planeando la escalada al Montblanc, y que después del cansado ascenso con todas sus penurias, a cien metros de la cima, le atacara un dolor en el costado, un cólico nefrítico punzante, que la retorciera por las nieves y le provocara estalactitas en los lagrimales, por el cual tuviera que llamar a los servicios de emergencia, esperar durante horas en estado hipotérmico a un helicóptero y ser trasladada a un hospital con una pielonefritis de caballo. Eso sería brutal"

No supe reaccionar; no supe si salir corriendo como si hubieran invadido Austria, o estamparle el tensiómetro en el cráneo. Me limité a poner cara de parisina de la resistencia en un control con dóbermans, y a contestar: Ya (que en alemán pudo interpretar como sí) Me extendió una receta de ibuprofeno y me instó a ser visitada la semana siguiente.

Ahora, y aprendida la lección, si alguien me pregunta por la intensidad de mis dolores varios, me limito a contestar: “Pssssssss” y alzar el brazo derecho con la mano extendida, prefiriendo pasar por rara que por exagerada.


PD: Juro que tal y como lo he narrado sucedió, y que tengo más anécdotas con el buenorro del doctor, que en su día relataré.