El sábado vi una película sobre
el genocidio llevado a cabo por Turquía sobre el pueblo armenio. Una de tantas
atrocidades maquinadas por los hombres a lo largo de la historia. El relato de
esa masacre y después de leer lo que pude al respecto, me dejó tan afligida y asombrada como cuando
conozco cualquier crueldad en masa cometida por seres de mi misma especie.
No soy capaz de encontrar ningún
motivo que pueda llevar a una comunidad de personas a extinguir a otras, como
Roma hizo en las Galias (3 millones de muertos y 1 millón de esclavos, 800
ciudades conquistadas y sitiadas), la revuelta de Ang Lushang en China (36
millones de muertos), las Cruzadas católicas en Europa contra los musulmanes,
judíos, cristianos y cátaros (5 millones de muertes), la conquista Manchú en
China (25 millones), la conquista de América por los europeos (más de 100
millones de indígenas asesinados), Leopoldo II Rey de Bélgica en el Congo (10
millones), Stalin y su purga étnica (40 millones), las víctimas del Holocausto
nazi (más de 20 millones entre judíos, gitanos, polacos y rusos), la masacre
francesa en Argelia (1.200.000 argelinos asesinados), y así con una larga y
horrible lista que pasa por Vietnam, Camboya, Uganda, Ruanda, Bosnia-Herzegovina,
Guatemala, Kurdistán, Palestina o Siria. Sin mencionar a los grupos terroristas
que han sembrado el pánico y el dolor en prácticamente todos los países del
mundo.
La causa, siempre, y en todos los
casos: Ser diferente. Sentirse superior. Por pretextos de ideología política,
religión, etnia, raza, cultura o condición sexual. Y con un factor común y
primordial en todos ellos, el odio. El odio al inmigrante, al homosexual, al color de la piel, al que nace en otro lugar, al pobre, al rico, al del
acento extraño, al que no sucumbe, al distinto.
Todas esas masacres o genocidios,
todas, empezaron por una idea en la cabeza de un solo hombre, un esbozo de
delirio que se fue alimentando de aversión, desprecio, rabia y un sentido
enfermizamente desarrollado de supremacía. Todas empezaron por la percepción,
ilusión, designio o propósito, de una sola mente. Y con esa gota, que podía
haberse evaporado en cualquier mar, sin apoyos, sin escuchas, sin seguidores,
el vaso se fue llenando de sinrazón hasta pasar a los anales de la historia
como los más trágicos episodios de las crónicas del ser humano.
Y aunque les parezca difícil de
creer, en las manos de cada uno de nosotros, está la responsabilidad de
impedirlo. Despójense de su odio, ya ven para lo que sirve.