lunes, 28 de enero de 2019

O llevarás luto por tantos




El sábado vi una película sobre el genocidio llevado a cabo por Turquía sobre el pueblo armenio. Una de tantas atrocidades maquinadas por los hombres a lo largo de la historia. El relato de esa masacre y después de leer lo que pude al respecto,  me dejó tan afligida y asombrada como cuando conozco cualquier crueldad en masa cometida por seres de mi misma especie.

No soy capaz de encontrar ningún motivo que pueda llevar a una comunidad de personas a extinguir a otras, como Roma hizo en las Galias (3 millones de muertos y 1 millón de esclavos, 800 ciudades conquistadas y sitiadas), la revuelta de Ang Lushang en China (36 millones de muertos), las Cruzadas católicas en Europa contra los musulmanes, judíos, cristianos y cátaros (5 millones de muertes), la conquista Manchú en China (25 millones), la conquista de América por los europeos (más de 100 millones de indígenas asesinados), Leopoldo II Rey de Bélgica en el Congo (10 millones), Stalin y su purga étnica (40 millones), las víctimas del Holocausto nazi (más de 20 millones entre judíos, gitanos, polacos y rusos), la masacre francesa en Argelia (1.200.000 argelinos asesinados), y así con una larga y horrible lista que pasa por Vietnam, Camboya, Uganda, Ruanda, Bosnia-Herzegovina, Guatemala, Kurdistán, Palestina o Siria. Sin mencionar a los grupos terroristas que han sembrado el pánico y el dolor en prácticamente todos los países del mundo.

La causa, siempre, y en todos los casos: Ser diferente. Sentirse superior. Por pretextos de ideología política, religión, etnia, raza, cultura o condición sexual. Y con un factor común y primordial en todos ellos, el odio. El odio al inmigrante, al homosexual, al color de la piel, al que nace en otro lugar, al pobre, al rico, al del acento extraño, al que no sucumbe, al distinto.

Todas esas masacres o genocidios, todas, empezaron por una idea en la cabeza de un solo hombre, un esbozo de delirio que se fue alimentando de aversión, desprecio, rabia y un sentido enfermizamente desarrollado de supremacía. Todas empezaron por la percepción, ilusión, designio o propósito, de una sola mente. Y con esa gota, que podía haberse evaporado en cualquier mar, sin apoyos, sin escuchas, sin seguidores, el vaso se fue llenando de sinrazón hasta pasar a los anales de la historia como los más trágicos episodios de las crónicas del ser humano.

Y aunque les parezca difícil de creer, en las manos de cada uno de nosotros, está la responsabilidad de impedirlo. Despójense de su odio, ya ven para lo que sirve.