martes, 8 de enero de 2019

Crónica de una amargura anunciada




Mail recibido de Francis G. Weimberg esta misma mañana. Lo publico sin permiso.

"Pasé Año Nuevo en cama, hubiera hecho cualquier cosa por evitar los canelones de mi madre, que más que canelones parecen brazos de gitano, rellenos a rebosar de bechamel y salvelino en salazón. Tampoco me apetecía entrar en discusiones con mis cuñados sobre política, viendo como la yugular se les hincha y dejan el país con su ideología como si lo gobernara Pol Pot. Por otro lado la escena de mi padre, dormido sobre la sopa, roncando y con un hilo de baba corriendo barbilla abajo, no era mi ideal de día festivo. Así que, revelándome contra mis genes continuamente, alegué que el rakfisk de la noche anterior se me quedó en la traquea y no iba a poder bailar la típica danza bávara del 1 de enero.  
Matilde (mi amada esposa) si fue, claro que fue, y fue únicamente para restregarme durante horas la mala leche que tiene mi madre y lo repelentes que son mis sobrinos (con lo que estoy totalmente de acuerdo). Me trajo un canelón para que me alimente lo que queda de semana.
Pasé el día leyendo a Aristóteles, con lo cual todo  daba vueltas a mi alrededor y me encontraba perdido.
Mientras Matilde se depilaba el bigote entre lágrimas, la miré de frente y le pregunté:

-          ¿Crees que como seres inanimados hacemos sin saber lo que hacemos? ¿Es posible que tú sepas el qué y yo en cambio el por qué?

Se arrancó un pelo, dio un grito y me dijo:

-          ¡Quita de la luz, joder!

Volví a la cama con un pedazo de canelón y un libro de Forges; cada día nos parecemos más a las viñetas del dibujante.

PD: ¡Nadie hace la bechamel como mi madre!"