Tú te levantas una mañana
dicharachero y convencido de que puede ser un gran día, sin grandes
expectativas, solo procurarte una jornada sin altercados, malas noticias, ni
alteraciones. Pero si uno de los factores
de los que depende va relacionado con lo que te encuentras tras un mostrador,
las posibilidades de triunfo, son menos que las de Pablito Casado en el Día del
Orgullo Gay.
Reconozco que me gusta que me
traten bien, sin necesidad de superlativos, simplemente con corrección y
amabilidad, y para eso escojo un bar, una oficina bancaria, una panadería o un
bazar.
Podría relatar cientos de
anécdotas en las que se me han hinchado los ovarios con quien me atiende, como
la dependienta del estanco al que cada mañana, truene o achicharre, acudo como
un clavo obteniendo la misma respuesta diaria al adquirir mi paquete de
Winston: “Ay, Gemma, que te vas a morir”… Y claro, un día, de esos en los que
me levanté con la premonición de enfrentamientos, le solté: Y tú también,
Margarita, también te vas a morir, aunque no fumes te puede atropellar un
tractor, o darte un jamacuco por falta de tacto, o caerte un rayo, o asfixiarte
con un hueso de pollo, o electrocutarte con la tostadora, o morirte de hambre
si todos tus clientes dejan el vicio. Así que ahora me saluda de lejos y deja
que me atienda el abuelo, con el que ya tuve una trifulca en la última huelga
independentista (le amenacé con no volver si cerraba por la mañana)
O cuando en aquella comida de
amigas, no hace mucho, pedí un flan casero de postre (ya contaba con que por “casero”
entienden de polvo) y me lo trajeron cubierto de nata. -Perdona- le dije de
entrada con firmeza pero educación – ¿Me podrías traer otro sin nata, es que
soy alérgica?- (mentí) –No, el flan lo servimos así - -Lo serviréis así, pero
no lo indica en la carta, pone “flan casero” sin adornos- - Pues viene con
nata- -Ya me he percatado del suplemento, pero lo quiero sin- -Pues va a ser
que no- - Pues dile a tu jefe o jefa que salga un momentito- -No está ni se le
espera- -Pues con jefe o sin él ya verás cómo me vas a traer un flan sin nata o
nos tiramos aquí toda la tarde plato va plato viene- Y me lo trajo. Y
obviamente no me lo comí por miedo a que tuviera un lapo complementario.
Pero esta misma mañana, cuando
después de una grata visita al Inem donde he sido atendida por una mezcla de
Margaret Thatcher y Srta Rottemeier, me he sentado en la terraza de un bar para
olvidar el percance; en vista de que nadie acudía a recibirme (siendo la única
clienta) me adentro en el desértico bar y me encuentro a dos pipiolas con
mandil que charlaban animadamente sobre a quién deberían expulsar de GH. Sin
perder la calma y con la mejor de mis sonrisas falsas (tengo repertorio)
interrumpo el traje que le estaban haciendo a Paquirrín, para pedirles un
descafeinado con hielo a la intemperie. Me siento, enciendo un cigarro, abro el
Facebook, comento a Juanjo, leo a Buades, busco a Bebec, le doy 20 likes a José
Luis, contesto a los 30 wasaps de mis hermanas, enciendo otro pitillo, elimino
a 2 que no me dicen ni mú y me percato de que las muchachas siguen inmersas en
la filosofía y, calculando así por encima lo que se tarda en apretar el botón
de la cafetera y sacar un cubito del congelador, me levanto y me voy a la
terraza de al lado. Cuando aparece la del delantal, me busca perpleja y me
indica que sus mesas son las otras, a lo que le contesto que ante la tardanza
he cambiado de cafetal y que el servicio se lo reclame a Jorge Javier.
Conclusión: Serrat es un iluso.