Esta mañana hablaban en la radio
de ser rico. Pero rico de verdad, no pastoso o con un alto nivel de vida, no,
no, de ricachón de los que pocos conocemos. Como ejemplo han contado que Johnny
Deep se enamoró del Caribe cuando rodó lo de los piratas; tanto que al
finalizar se compró una isla y al cuestionarle sobre la excentricidad,
respondió que bueno, que sí, que era una isla, pero pequeña.
Como por riqueza algunos entienden
otra cosa, uno de los tertulianos (que no puedo asegurar que fuera psicólogo
aunque tenía toda la pinta) le daba al término un significado espiritual,
entendiendo que un rico es aquel que puede gestionar su tiempo y dinero como
más le venga en gana, aunque su cuenta bancaria esté en números rojos cada
final de mes. Y comprendo a lo que se refería si nos agarramos a la sentencia
de que el dinero no hace la felicidad, pero es que no se hablaba de eso, ni de
si uno es más happy con 90 millones de euros o si es infeliz por no tener un
Ferrari aparcado en la puerta de su mansión.
A ver, que idiotas no somos y a
nadie le amarga un dulce, y personalmente he soñado cientos de veces con ser la
ganadora del bote de la Primitiva y empezar a repartir entre familiares y
amigos, montar una galería de arte (en París) y acudir a los estrenos de Woody
Allen en el mismo Nueva York, y eso no quita que sea muy consciente de que sin
salud, sin gente que te quiera y sin ilusiones, el parné no te vale para nada.
Pero arrojaban datos curiosos
sobre los millonarios, como que apenas dedican horas a las redes sociales
(entiendo que los que me seguís diariamente estáis más tiesos que la mojama), invierten
muchas más horas semanales en el gimnasio y el cuidado personal (aseados sí os
encuentro, en forma tengo mis dudas) y se alimentan de una manera más sana y
correcta (eso de hacer una olla de lentejas para tres días, delata vuestra
precaria economía)
En definitiva y sin poder llegar
a una conclusión (ya que antes de que acabara el programa he llegado a casa con
la compra y Fermín no existe para subirme las bolsas) sigo pensando que el ser
rico debe ser la ostia y que puedo prometer y prometo, que de llegar a vivirlo
en mis propias carnes alguna vez, seguiré dibujando cada dos días para
vosotros, los pobres, y dándoos likes a todo aquello que desde vuestro prisma
en la inopia, colguéis. Y eso sí, estaréis invitados a mi isla en el Caribe,
siempre y cuando a Johnny no le importe.
PD: Espero que la riqueza no os
quite la reciprocidad.