Si algo está de moda en los
programas de radio y televisión, y en los suplementos de prensa (aparte de las somniferas tertulias y
artículos seudopolíticos) son los espacios de nutrición mega saludable. Y a mí,
que tengo por costumbre escuchar y leer toda novedad al respecto (aunque siga
con mi dieta Dilophosaurus) me traen un poco de cabeza lo mucho que unos y
otros se contradicen y el que tengan como lema: Donde dije digo, digo Diego.
Sabrán que lo que hace unos años era poco menos que satánico, como por ejemplo
comer más de dos huevos por semana, es ahora recomendable doblemente; que si
antes el pescado te auguraba una vida más larga que la de Matusalén, ahora con
dos raciones cada siete días te metes más mercurio en el hígado que el de
una roca de cinabrio. Que los frutos
secos ya no engordan y te proporcionan tantos minerales como el Museo geológico
de Barcelona; el agua -antaño elogiable- sí pero con peros, es decir, dos
litros al día vale, pero una gota más te lleva a una hiponatremia que lo
flipas. ¿Qué decir de la carne de cerdo?,
otrora arsénico grasiento y verdugo de órganos, que es a día de hoy lo más
magro e inmaculado del súper. Nada que ver con la lechuga, esa verdura que
Stallone comía a todas horas cuando rodaba Rocky y que te dejaba hecho un
espíritu de la golosina, y ahora si le dices a un dietista que cenas ensalada
te hace la señal de la cruz y te augura unos cólicos de padre y muy señor nuestro.
Los cereales, ideales desayunos para mens sana in corpore sano, que desde hace unos días son peores que el alpiste de
canarios. El vino, el chocolate negro, las sardinas, la leche de soja, la mantequilla, las
vísceras; la vitamina C de los zumos que evitaba resfriados y ahora es poco
menos que una mierda pinchada en un palo. Los lácteos, las especias, la sal, el
azúcar ¡El aspartamo!, ambrosía sustitutiva décadas atrás, ponzoña inmunda hoy.
Y no sé, no sé si todo esto alude
a modismos, superávit de productos, campañas publicitarias, competencias
desleales, oportunistas iluminados, o que no hay que creer a pies juntillas en
nada y observar uno mismo lo que le vale y lo que no. Pero a mí, cuando el
martes pasado leí en un artículo relativamente fiable que no hay nada peor para
los resfriados de las vías altas, que los caramelos de menta, me han dejado
como chupando un palo sentada, sobre una calabaza.