viernes, 28 de diciembre de 2018

Gemma y sus hermanas




En uno de esos curiosos estudios que se llevan a cabo en ciertas y no menos curiosas universidades estadounidenses, han confirmado que no hay nada mejor para los bajones emocionales, que tener una hermana parlanchina.  El adjetivo no creo que sea el más acorde, ya que su definición exacta alude a una persona que habla mucho, sin oportunidad y que dice aquello que debía callar. Pero, si como intuyo, se refieren más bien a alguien (en este caso mujer) que se presta a hablar por los codos sobre cualquier tema y varias horas al día, omitamos la descripción exacta y centrémonos en lo que coloquialmente viene a ser una tipa parlante.

Desconozco cuánto tiempo y posibles habrán empleado en la investigación, pero si de entrada se hubieran dirigido a mí, antes de terminar la pregunta ya les habría confirmado que tener una hermana habladora es beneficioso hasta para el tracto gastrointestinal.

A estas alturas de la vida sabrán –o deberían saber- que cualquier tipo de preocupación compartida, se rebaja a la mitad. Que cuando los demonios o dolores se vapulean, pierden fuerza, que la lucha es más poderosa si se realiza en grupo, y que cuando el problema se expone, las soluciones se amplían. Si todo esto además se da con la ayuda de una hermana, miel sobre hojuelas. Si se da con dos, tiene usted la probabilidad de contraer una depresión, bajo mínimos.

El estudio concluye (insisto en que se podrían haber ahorrado horas y money en la universidad de Utah si me hubieran contactado) que una mujer sabe captar y reflejar mejor las emociones y posee una habilidad comunicativa mucho mayor a la de un hombre (qué novedad) con lo cual si te levantas creyéndote un mamut o queriendo huir al fin del mundo, antes de asomarte peligrosamente al alféizar de tu ventana, llama a tu hermana.

En mi caso, que somos tres,  el triángulo es escaleno (ninguno de los lados es igual) lo cual se podría interpretar como que yo, al ser la mayor y con una inteligencia emocional muy superior a la de ellas (ayer mismo realicé un test con un resultado de 150 sobre 160) soy la que sostiene sus epopeyas y abismos a base de darle a la lengua sin descanso y lanzarles peroratas que si bien no solucionan sus dudas existenciales, las sumergen en una ensoñación  placentera que disipa sus males.

Resumiendo, que la Brigham Young University habrá justificado con este experimento sus ayudas estatales, pero que cualquiera que tenga una hermana parlanchina como yo, sabe que tiene un tesoro y una caja de antidepresivos en forma de oreja.

Y bla, bla, bla…