lunes, 17 de diciembre de 2018

¡Oído cocina! (Ya están aquí)




Sé que hay personas a las que las fiestas, sobre todo las navideñas, les provocan un odio visceral; que aborrecen el encuentro con familiares, las luces adornando balcones, el consumismo atroz, las comilonas, los villancicos… Sé que hay gente que en la amargura, se maneja mejor, y en su derecho están de sentir arcadas cuando se cruzan con un abeto cargado de bolas rojas. Pero, y esto es algo que he mamado desde niña, en mi caso cualquier motivo es bueno para intentar pasármelo bien. Tengo la fortuna (para mí es el mejor patrimonio) de disfrutar de una familia amplia y dada a la guasa, y aunque con los años muchos van desapareciendo, llegan otros nuevos que ocupan su lugar, y que conforman circularmente eso que acaba siendo la vida: una concatenación infinita de hechos, gentes, lugares, historias…

Tenemos también la suerte –los que me leéis y yo- de haber nacido en un rincón del mundo sin grandes problemas, con nubarrones de evolución que suelen disiparse con el tiempo, con trifulcas que nos empeñamos en abordar no sé si por mero aburrimiento o por insatisfacción personal, y con acontecimientos puntuales trágicos e indeseables, que son precisamente la excepción que confirma la regla. Pero en general, e insisto en la generalidad, nos ha tocado una sociedad en la que alcanzamos lo que deseamos y si tenemos la valentía y la honestidad de compararnos con otros, nos debemos sentir privilegiados.

Excepto en los temas de salud, creo firmemente que todo se trata de querer más que de poder, que hasta la sonrisa en la cara uno la puede provocar, que es una cuestión de echarle muchas ganas y auto convencerse de que ya las pasaremos canutas de verdad cuando nos llegue el momento y que el estar permanentemente enfadado con el mundo, con el despertador, con el vecino, con las banderas, con la dieta, con la cuenta bancaria, con la prisa, con los niños, con el cielo, solo nos va a crear una arruga tras otra y una existencia agria sin sentido alguno.

Sé que hay personas que odian visceralmente las fiestas navideñas, pero yo, a siete días de Nochebuena, estoy deseando dar regalos, abrazar a mi familia, ver cómo crecen los pequeñajos, comer turrones, cantar todas las canciones asturianas que mi abuela nos enseñó, reír, brindar y saber con total seguridad, que todos aquellos que faltan, estarían felices y orgullosos de vernos celebrar juntos  algo tan sencillo y maravilloso, como el seguir aquí. 

¡Felices fiestas!