miércoles, 20 de febrero de 2019

Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (de hambre)







En la actualidad puede usted reivindicar todo lo que guste, desde la libertad sexual hasta el comer con los dedos, no tener ni un pelo en el cuerpo, llevar lo sobacos como un oso, falda para los hombres que no sean escoceses, la independencia de su aldea, calefacción para los andamios o fumar en las guarderías. Se puede alistar en la celebración de días internacionales de lo más variopinto, como el de los calcetines perdidos, el de beber con popete, de la gente peculiar o del chocolate agridulce. Pero en cambio y para aumentar mi cólera hacia la sociedad, no existe celebración alguna para los y las curvigordis. Los susodichos son personas con los mismos atributos orgánicos que cualquier otro, con su cabeza, sus ojos, orejas, tetas, culo, caderas, genitales  y hasta pies, y lo que les diferencia del resto de mortales no es nada más que su perímetro. Eso y que la ropa que se teje para ellos parece diseñada por la Santísima Inquisición.

¿Hay alguna ley que prohíba a los modistos diseñar una camiseta de Los Ramones en la talla 50? ¿Es necesario que una curvigordi entre en Zara y le quede pequeño hasta el bote de colonia?

 Existen tiendas en las que al fondo a la derecha, al lado de los lavabos, ofrecen tallas grandes y una se dirige al habitáculo con cierta alegría y esperanza, para llegar y encontrarse con toda una ristra de blusas negro carbón más propias de un entierro de los Tarantos que de una mujer del siglo XXI perteneciente a una sociedad en la que más del 60% de la gente tiene sobrepeso.

No creo que haya persona alguna en el mundo que reciba más consejos de propios y ajenos que un gordo, aunque provengan de un calvo, un feto malayo, un orejudo, un paticorto, una jirafa, un desdentado, un huesudo o un estúpido : “No comas lechuga por la noche, bebe cola de caballo, anda mucho, pasa del ascensor, olvida la sal, haz pilates, bici, aquagym, escalada (no, escalada, no), nada, salta, evita comidas sociales, si piden un helado tómate un poleo, agujas en las orejas, hipnotízate, engulle solo piña o date un paseo de 15 Km cada noche antes de acostarte”. Un auténtico suplicio.


Digo yo que el estar como el espíritu de la golosina debe ser el colmo de la felicidad, y a uno le desaparecen todo tipo de problemas cada vez que se cuenta las costillas con solo pasarse un pluma por  el tórax, y se levanta del sofá dando tres volteretas, y en Stradivarius le cabe el bote de colonia en los bolsillos de la talla 36. Pero en serio, no nos den el coñazo, cómanse ustedes el bote de ananás,  anden lo más lejos posible, piquen alpiste en la cena y sobre todo, sobre todo, admiren más obras de Peter Paul Rubens y encuentren la gracia a su perspicacia.