Hace unos días vi un documental
sobre el submundo marino, el de más profundidad, donde la luz del sol no llega
ni llegará. No os podéis imaginar el tipo de sociedad que se da allí abajo,
donde cada uno tiene su función y nada pasa por azar. Una
organización vital perfecta en la que el cometido no es otro que el de vivir y
sobrevivir. Si ocurre alguna mutación se debe en exclusiva a la mano del ser
humano, pero afortunadamente es difícil que nuestro caos y afán de destrucción
llegue a sus tinieblas. Si prácticamente la totalidad de nosotros desconocemos
esa vida, qué no ignoraremos de otras existencias más allá del universo. Pero
ese es otro tema del que no he venido a hablar.
Cada especie animal, incluida la
nuestra por muy racionales que nos creamos, tiene una única representación en
la naturaleza, y me da la sensación de que el hombre, se la está saltando a la
torera. Si echamos un vistazo a las pocas tribus indígenas que quedan en la
actualidad, nos podemos dar cuenta de lo terriblemente absurdo que hemos convertido
nuestro paso por el planeta los del primer mundo, cuando nuestro cometido no es
otro que obedecer, caminar por la línea que nos han trazado y seguir desde el
momento en el que vemos la luz, todas las normas establecidas. Guardería a los
pocos meses, estudios hasta los veinte, entrada en el mundo laboral, jubilación
cuando te duelen hasta las pestañas y a lo sumo un par de días a la semana de
aparente júbilo para, en el mejor de los casos distraerte y en el peor,
quedarte aplatanado en el sofá porque no puedes con tu alma. Todo son contratos
de uno u otro tipo sobre los que nadie te pidió conformidad; compromisos,
ataduras, cuadrículas y un horario que cumplir. Al son del dictado avanzamos
sin ápice de libertad, encontrando la felicidad en un mensaje social si llega,
la risa en un programa de televisión absurdo, la angustia en cada noticia y una
ansiedad generalizada que nos está convirtiendo en una humanidad apresurada,
amargada, temerosa e infinitamente alejada de nuestra misión natural.
Yo no voy a ser la que salte del
carrusel, llego tarde a la liberación, pero sueño con vivir en ese submundo marino,
por poca luz que tenga (o en algún otro
sistema solar del que no he venido a hablar) en el que dejarse llevar por lo
que suceda, en el que flotar sin una dirección trazada, donde la desnudez
interior prime y las directrices las marque tu esencia nativa, nadando a
corriente porque la contra no exista, y pasándote las tardes tranquilo y sin
ambición, no haciendo nada más que ese suave y casi imperceptible: Glu, glu,
glu…