miércoles, 14 de noviembre de 2018

No es país para obesos




Cuando por la mañana me tomo el primer café, leo las noticias, por eso será que habitualmente me sienta como un tiro, pero ayer la lectura de una en concreto me dio el desayuno, el vermut y la comida.

Resulta que la Consejería de Salud Pública de la Generalitat Valenciana, decidió y así lo comunicó, que a partir de ese momento quedaba prohibida la incineración de cadáveres con obesidad mórbida y aquellos que hubieran recibido tratamiento contra el cáncer con agujas radioactivas. ¿Perdón? Los motivos eludían a la gran contaminación ambiental que el hecho genera en ambos casos, y a la dificultad de quemar un cuerpo de tales dimensiones en los hornos dispuestos para ello en el primero.
A ver. De verdad que me puse negra. Me asaltaron tantas preguntas que no sabía si llamar a Ana Barceló directamente (Consellera de Sanitat) o a la Asociación mundial de gordos para plantarnos ante El Palau, después de comernos un arroz a banda en la Albufera.

Supongamos que fallece una persona en la ciudad en cuestión, y el responsable de la funeraria, tras cuestionarte sobre nombre, apellidos, fecha de nacimiento y mostrarte el catálogo de ataúdes, te pregunta que cuánto pesaba. Supongamos también que contestas que 200 kilos, 200 kilos menos los 21 gramos que desaparecen por misteriosos motivos, y entonces te comunican que no puedes incinerarlo porque sobrepasa los límites de la entrada al crematorio. Hay que enterrarlo sí o sí. Pasando olímpicamente de las últimas voluntades del difunto, de lo que opine la familia y de si dispone de nicho o no. Según mis indagaciones una tumba estándar tiene unas dimensiones de 2 m de largo, por 0,80 de ancho, lo cual tampoco me parece suficiente para nuestro fiambre, pero no quiero saber cómo se las ingenian para que quepa; aunque entonces me asalta otra duda, obesa duda, ¿cuántos enfermos de obesidad mórbida mueren al año en la citada población? ¿Cuántos para que tanto afecten a la contaminación? ¿Más que automóviles? ¿Más que fábricas? ¿Más que los productos de limpieza? ¿Un gordo incinerado cada –pongamos- seis meses es un problema para la polución? ¿Hay que quitarle la dignidad hasta en el momento de su muerte? ¿No sería más lógico –aun tratándose de la Generalitat Valenciana- que modificasen el crematorio?

Imagino que todas estas preguntas, los lumbreras que tomaron la decisión  -que dicho sea de paso, deben estar como sílfides- no se las formularon, y ante la queja de alguna funeraria sobre un puto gordo que no entraba ni a empujones, se sacaron de la manga lo que apestan 200 kilos de grasa sobre la ciudad y se quedaron tan panchos.

Afortunadamente, y tras un día de indigestión aguda, a la hora de la cena rectificaron su edicto y los del sobrepeso exagerado podrán ser quemados si así lo deciden. El tema de las agujas radioactivas sigue vigente pero lo estudiaré en otro momento, que ahora voy a desayunar.

PD: El grado de gilipollez supina que estamos alcanzando supera las más agoreras expectativas.