Cuando por la mañana me tomo el
primer café, leo las noticias, por eso será que habitualmente me sienta como un
tiro, pero ayer la lectura de una en concreto me dio el desayuno, el vermut y
la comida.
Resulta que la Consejería de
Salud Pública de la Generalitat Valenciana, decidió y así lo comunicó, que a
partir de ese momento quedaba prohibida la incineración de cadáveres con
obesidad mórbida y aquellos que hubieran recibido tratamiento contra el cáncer
con agujas radioactivas. ¿Perdón? Los motivos eludían a la gran contaminación
ambiental que el hecho genera en ambos casos, y a la dificultad de quemar un
cuerpo de tales dimensiones en los hornos dispuestos para ello en el primero.
A ver. De verdad que me puse
negra. Me asaltaron tantas preguntas que no sabía si llamar a Ana Barceló
directamente (Consellera de Sanitat) o a la Asociación mundial de gordos para
plantarnos ante El Palau, después de comernos un arroz a banda en la Albufera.
Supongamos que fallece una
persona en la ciudad en cuestión, y el responsable de la funeraria, tras
cuestionarte sobre nombre, apellidos, fecha de nacimiento y mostrarte el
catálogo de ataúdes, te pregunta que cuánto pesaba. Supongamos también que
contestas que 200 kilos, 200 kilos menos los 21 gramos que desaparecen por
misteriosos motivos, y entonces te comunican que no puedes incinerarlo porque
sobrepasa los límites de la entrada al crematorio. Hay que enterrarlo sí o sí.
Pasando olímpicamente de las últimas voluntades del difunto, de lo que opine la
familia y de si dispone de nicho o no. Según mis indagaciones una tumba estándar
tiene unas dimensiones de 2 m de largo, por 0,80 de ancho, lo cual tampoco me
parece suficiente para nuestro fiambre, pero no quiero saber cómo se las
ingenian para que quepa; aunque entonces me asalta otra duda, obesa duda,
¿cuántos enfermos de obesidad mórbida mueren al año en la citada población? ¿Cuántos
para que tanto afecten a la contaminación? ¿Más que automóviles? ¿Más que
fábricas? ¿Más que los productos de limpieza? ¿Un gordo incinerado cada –pongamos-
seis meses es un problema para la polución? ¿Hay que quitarle la dignidad hasta
en el momento de su muerte? ¿No sería más lógico –aun tratándose de la Generalitat
Valenciana- que modificasen el crematorio?
Imagino que todas estas
preguntas, los lumbreras que tomaron la decisión -que dicho sea de paso, deben estar como
sílfides- no se las formularon, y ante la queja de alguna funeraria sobre un
puto gordo que no entraba ni a empujones, se sacaron de la manga lo que apestan
200 kilos de grasa sobre la ciudad y se quedaron tan panchos.
Afortunadamente, y tras un día de
indigestión aguda, a la hora de la cena rectificaron su edicto y los del
sobrepeso exagerado podrán ser quemados si así lo deciden. El tema de las
agujas radioactivas sigue vigente pero lo estudiaré en otro momento, que ahora
voy a desayunar.
PD: El grado de gilipollez supina
que estamos alcanzando supera las más agoreras expectativas.